Manuel López Sampalo
La necesaria renovación del DNI
Que tengan muy en cuenta que nadie les avisa que su documento nacional de identidad ha expirado o está a punto de hacerlo
Tanto se ha hablado esta semana de la subida del SMI y de la necesaria (sic) renovación del CGPJ (Coñazo General del Poder Judicial), que he acabado por renovar mi DNI, caducado no por siglas sino hace siglos. Y es que tengan muy en cuenta ... que nadie les avisa que su documento nacional de identidad ha expirado o está a punto de hacerlo. Venga, les dejo 20 segundos para que lo comprueben…
Como este no es la tapa de un yogur, no sabía yo que llevaba seis meses pasado. Y como ya no hay porteros de discoteca -bueno, no hay discotecas-, ¿Quién te va a decir que tienes el DNI caducado? En mi caso, fue una tarde/noche de copas con los colegas, cuando empezamos a enseñarnos de coña las fotos de los documentos, y uno de ellos se percató de que el mío había prescrito en marzo. Diecisiete días después me acordé de pedir cita y me la dieron para el pasado lunes.
Tampoco nadie me había informado de que había que llevar una fotografía y 12,50 euros. ¡Marlaska, avise, coño! Por suerte, llevaba una foto-carnet creo que de 2012 y un buen puñado de monedas que le había sacado en el parchís dominical a mi abuela y mi tía-abuela. Por cierto, que mi abuela Tere, con 90 años conserva vigente el DNI desde 2004 -ese mítico plastificado que guardábamos junto al bonobús de papel-. Y es que esa es otra: resulta que si tienes más de 70 años ya no renuevas más: algo que me recuerda a cuando ambas me contaron, tras venir de misa, que el cura de San José les había dado la extremaunción grupal -«Hala, por si acaso algún feligrés se me escapa sin avisar al cortijo de los callaos, que se me vaya limpito de pecaos».-
Bueno, pues si tienes más de 30 tacos, renuevas cada 10 años, y de 5 a 30, cada 5. ¿Adivinen con qué edad fue el menda a sacarse el nuevo documento? Así es, a 19 días de entrar en la treintena… Total, que en 2026 me esperan de nuevo en comisaría. Pensarán, supongo, que hasta entonces puedo cambiar de aspecto, domicilio o sexo -siendo hoy en día lo tercero lo más común-, ¡o que Julio Iglesias reconozca por fin mi paternidad!
Pero estaba con que le había largado al policía -con cara de «yo había opositado al cuerpo para ser GEO y aquí estoy, uy, qué emocionante»- una fotografía más antigua que la que había usado para el anterior DNI. Vamos, que le hice un Benjamin Button de manual pero coló. Por cierto, que yo tengo dos tipos de fotos de carné: las que parezco un concejal del PP, porque salgo afeitado y en camisa, y las que me asemejo a un miembro del Comando Vizcaya. Esta última era de las segundas: con lo que me esperan cinco añitos de sospecha.
Pero en este mundo estético en que vivimos lo de las fotos no tiene mucho sentido, ya que la degradación de la imagen no va pareja al aumento de edad. Ahí tienen el ejemplo de Carlos Herrera con y sin bigote. O sin irme muy lejos, el de José Manuel Soto, que hace dos años estaba calvo como un Nenuco y ahora luce un flequillo que ni Morante de la Puebla. Sin hablar de los retoques estético-quirúrgicos de Sergio Ramos o Leticia Ortiz, con un par de narices.
A mi DNI antiguo le dieron un mordisco con la tijera y me lo devolvieron por si quería quedármelo de recuerdo. Y ahí está, en la repisa, apoyado sobre tres libros de Vila-Matas, mirándome y recordándome que alguna vez fui joven y guapo. Mutilado pero orgulloso de que jamás fue usado en un WC, ni en ningún otro sitio, para turbios asuntos de Blanca Navidad.
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