Manuel López Sampalo
El Mortaja: Cuando muere un muerto
Parroquiano de la cafetería de Servisa, llevaba un buen tiempo instalado en esa indeterminada y fosilizada edad entre los ochenta y largos y el siglo y medio
De su propia muerte, lo que más le jodió a Eutanasio Peláez, conocido popularmente como El Mortaja, fue que no podría leer su esquela en el periódico del día siguiente, 3 de noviembre. Aunque hacía ya treintaisiete años que la tenía escrita. Curiosamente, ... la mayoría de los que conocían al personaje, al saber de su defunción, coincidían en un mismo pensamiento: «¿¡Pero este no estaba muerto ya!?»; la misma pregunta que nos haríamos si nos dieran la noticia del fallecimiento -Dios no lo quiera- del duque de Edimburgo, Lopera, Antonio Gala, Carmen Sevilla o Caballero Bonald.
El Mortaja, parroquiano de la cafetería de Servisa, llevaba un buen tiempo instalado en esa indeterminada y fosilizada edad entre los ochenta y largos y el siglo y medio. A su pasar, los vecinos del barrio se descubrían y se comentaban unos a otros la misma guasa que se decía de Buero Vallejo: «Ahí va don Eutanasio Peláez, que en paz descanse» . Los más osados se le acercaban a darle su propio pésame. Cuando llegaba a la altura de la Parroquia de La Virgen de los Estertores las campanas indefectiblemente tocaban a réquiem. Luego su camino seguía a la vera de la verja del patio del CEIP Antonio Burgos, que coincidiendo con el recreo las niñas, saltando a la comba, le cantaban aquello de «Al pasar la barca / me dijo el barquero / que don Eutanasio / se sube el primero».
Antes de meterse en el periódico, del que pronto haría medio siglo de su jubilación, aunque seguía colaborando a diario con asuntos mortuorios: esquelas, obituarios y recuerdos de su juventud en la época alfonsina . Decía que antes de entrar en la redacción, El Mortaja paraba en lo de Avelino -Taberna Los Cipreses- a tomarse una tapilla de mojama regada con un ‘extremaunción’ -cóctel así bautizado en su honor: compuesto por 2/3 de Bitter Kas, 1/3 de formol y una gotita de espirituoso de Rute-. Ojeaba a su vez el diario de la casa empezando siempre por la sección ‘Cortijo de los callaos’, que como saben él mismo se encargaba de escribir. Cuenta el propio camarero la anécdota de cuando se lamentaba con delectación ante la esquela de lo que él llamaba «un joven en la flor de la vida», se trataba de Potenciano López Palma, fallecido a los 83 años de edad, compañero de pupitre de su hijo menor Morticio Peláez.
Al poco de morir estuvo comiendo en casa. Me explico: yo por entonces preparaba una clase de periodismo necrológico y me acordé de El Mortaja: «Qué pena no poder contar con el testimonio de don Eutanasio, paz descanse», le comenté apenado a mi tío-abuelo Eligio -que fue becario del maestro del periodismo de tanatorio-; a lo que este me respondió que cómo que no, que me esperase un momento. Juro que pensé que iba a sacar una ouija del cajón; sin embargo tomó una agenda de páginas rotas y amarillentas de la que rescató el teléfono de El Mortaja. Lo llamé, y un par de días más tarde aquél ‘difunto’ daba buena cuenta de una berza con tagarnina -«¡Esto está de muerte, jovencita!», felicitó a mi nonagenaria abuela-, mientras yo le entrevistaba y tomaba apuntes para mis alumnos.
De aquél encuentro, ocurrido unos años antes de su muerte consumada, recuerdo que a los postres pidió que le preparásemos una cama para echarse su «siesta de rigor» -de rigor mortis-. Y se me quedaron grabados un par de titulares que soltó: «De la muerte, lo único que temo es que solo se muere una vez» y «Creo que la mayor felicidad la alcancé escribiéndole pasodobles para Quiñones» .