Manuel López Sampalo
Heavy metal
“Frigoríficos volando, / la reconversión naval. / […] Guardias no tiréis pelotas, / que pa' pelotas, Puerto Real”. (Las murgas de Emilio el Moro, Carlos Cano, 1985)
De un tiempo a esta parte existe una tendencia evidente a la (auto)vulgarización del pueblo de Cádiz, cual sinécdoque del mundillo del carnaval. La cosa verdulera y cateta se ha impuesto con un relato aldeano y chovinista como una ortodoxia del buen gaditano. Para ... ser uno de los nuestros hay que ser cadista, carnavalero, de izquierdas, hortera en el vestir, vulgar con la palabra y, a poder ser, obeso. Un prototipo claramente reconocible en el alcalde de la ciudad, espejo de sus votantes. La última imposición es que hay que estar con los obreros hagan lo que hagan y tengan razón o no. Si no, eres un “fasha” que va contra el Volkgeist caletero. Ya se encargarán de comunicártelo por Facebook y con muchas faltas de ortografía.
Personalmente, no sé quién tiene razón en este metálico conflicto entre trabajadores y empresarios. Sí sé quien la ha perdido, claro. La información mediática ha sido fragmentaria, parcial y confusa: mucha crónica inmediata y poco análisis contextualizador (y los columnistas haciéndolas de humo). Entiendo que, como es habitual, cada cual llevará su parte. La sociedad invita a ponernos siempre del lado del débil; lo cual es muy difícil si este se vale del chantaje y la violencia: ya saben lo del fin y los medios.
Vemos contenedores, plataformas y coches arder –al carajo con la agenda 2030–; avenidas, carreteras y vías cortadas; piedras volando y gritos de guerra. Una vanguardia de violentos maromos encapuchados –¿dónde están aquí las “compañeras del metal”?–, provocadores expertos en la guerrilla callejera, enseñoreándose de la ciudad. Y entonces es cuando uno se pregunta qué coño esperan conseguir así, y piensa que para justificar esto debe haber un motivo muy gordo detrás. Se informa uno cuanto puede y lo más clarificador que encuentra es este párrafo del diario El País:
El convenio del sector del metal de Cádiz venció el pasado mes de septiembre después de cuatro años de duración, pero la renovación se ha encasquillado a cuenta de los salarios. Los sindicatos reclaman la subida del IPC —que fue del 5,4% interanual el pasado octubre— para este mismo año en un acuerdo de breve duración, ya que han planteado a la patronal empezar a negociar otro nuevo texto con calma a partir de enero de 2022. Sin embargo, la Femca [Federación de Empresarios del Metal de Cádiz] vio inasumible la propuesta en la última negociación del pasado viernes y ofreció a los sindicatos una subida del 0,5% este año y del 1,5% en los dos siguientes.
Un quítame allá esas pajas de libro, vaya; o, por decirlo en carnavalés, un 'tampoco es pa' ponerse ajín'. Pero, en fin, juzguen ustedes... Bueno, visto lo cual, un alcalde está en su deber –¡están vandalizando su propia ciudad!– de salir públicamente a quitarle hierro al asunto. El regidor lo es de todos los ciudadanos: sí, también del trabajador de Navantia al que los zoquetes informativos conculcan su derecho a ir a trabajar, del vecino que padece el vandalismo y que paga de su bolsillo los desperfectos, del periodista que insultan y agreden, del policía al que apedrean, de la enfermera que llega tarde al Hospital, del niño que llora asustado, etcétera.
Pero Gónzalez Santos es lo que es, un sindicalista de megáfono y demagogia. Y, así, en su verdadera y verdulera esencia ha vuelto a mostrarse esta semana. El regidor, en vez de salir vestido de bombero, se sube la capucha de pirómano, pone su acento más bajuno y se entrega como una folkórica al populismo cursi del plato de 'pushero', haciéndose muy, muy pequeñito con su lanzallamas. Tiene la ocasión de rectificar, pero se ratifica en su alegato en favor de la violencia.
Pediría la moción de censura, pero este Cádiz cateto y sectario tiene lo que se merece: Kichi.
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