Manuel López Sampalo
El fuego y la fuga
Tanto el chico que huye a Madrid como el ‘muchacho’ que quema el colchón se sublevan ante la asfixia de un mundo que les limita y una situación por momentos poco soportable
Comentaba alborozado con mi parnasillo de columnistas habituales –Nieto, Chapu, Peláyez y compañía– que la actualidad semanal, entre el fuguitas y el fueguitos, nos había hecho el caldo gordo a los plumillas gaditanos. Seguidamente contuve mi jolgorio en señal de respeto a tanto cuplé no ... nato –o a Los Carapapas en el caso de que la cosa hubiese acabado en tragedia–. «Un pirómano y un escapista, ¡por fin tenemos temas importantes que tratar!», le comenté a la cuadrilla. Uno, ante asuntos tan suculentos, no sabe a cuál meter mano primero, como un crío los regalos el día de su cumpleaños.
Que en Cádiz pasen dos sucesos tan rocambolescos en una semana es síntoma clarísimo de que ha saltado el levante, pero como lo que sopla es poniente con sur, todo apunta a que se debe al hartazgo de la gente por tanta restricción y por llevar una vida a medio gas --que no es el caso del mechero del paciente impaciente, que estaba bien cargado--.
Al asunto del chavea de Puerto Real, afortunadamente aparecido, le vendría al pelo el rescate del famosísimo artículo de González-Ruano, ‘Señora: ¿se le ha perdido a usted un niño?’, con el que el escritor madrileño ganó el premio Mariano de Cavia en 1931, año en que nació mi abuela Tere, que precisamente se encontraba ingresada en el Hospital Puerta del Mar --aka Residencia o Zamacola--, recién operada, la tarde del incendio provocado por nuestro otro protagonista al que llamaremos ‘el muchacho del hidrogel’.
Late en el fondo de estos dos actos de rebeldía una pulsión de libertad. Tanto el chico que huye a Madrid como el ‘muchacho’ que quema el colchón se sublevan ante la asfixia de un mundo que les limita y una situación por momentos poco soportable. El adolescente puertorrealeño se escapa en busca del amor en tiempos del Covid, y nos recuerda a ese Belmonte contado por Chaves Nogales, que a los 13 años marchó a pie de Sevilla a Cádiz con intención de cruzar el Estrecho y conocer los leones keniatas. No sabemos aún, ni nos importa, si llegó a la capital en taxi, VTC, patinete eléctrico o al trasmonte en una Orbea a lo Bahamontes, ‘El Águila de Toledo’.
Del McGyver de La Bahía, que te incendia un hospital con un fósforo y un bote de hidrogel, podemos intuir que es un jartible cofrade que quiso adelantar una semana el miércoles de ceniza quemando la cama como si esta fuese el Dios Momo, enajenado igual que aquél de la Triste Figura a quien se le antojó un gigante unas odres de vino. O quizás sólo era un nostálgico de la comparsa ‘A fuego vivo’ de Antonio Martín, que quiso ver arder Residencia como un gran juanillo.
Ambos recibirán su castigo correspondiente, uno el materno y otro el judicial, por sendas gamberradas que pudieron haber acabado en tragedia y que, afortunadamente, se quedaron en anécdotas y en carne de articulillo. Mas desde este humilde ‘speakers corner’ sacamos el pañuelo naranja y pedimos el indulto moral para ambos paisanos que enajenados en un bucle oscuro solo buscaban esa luz que es reflejo de la libertad.