Manuel López Sampalo

Febrero: como agua de mayo

El primer mes del año, por lo general, se hace más largo que un popurrí de una comparsa de Lucena o de La Carolina. Cuesta arriba como subir Jabonería de recogida

Manuel López Sampalo

“Llegó febrero / del papelillo”, que decía el pasodoble. ¡Por fin! Y aunque “el mes más chico del almanaque” se presente sin disfraz ni pito de caña, celebramos que su venida suponga el adiós a un funesto enero. El primer mes del año, por lo ... general, se hace más largo que un popurrí de una comparsa de Lucena o de La Carolina. Cuesta arriba como subir Jabonería de recogida. Es el lunes de los meses, vaya: no es casual que el día 17 lo declarasen el más triste del año. La economía menguada, la resaca de las fiestas, el mal tiempo, los días tan cortos con sus noches tan largas. A un periodo de por sí antipático, súmenle la Covid y todo lo que le cuelga. Pa’ tirarse por lo bloques o para presentarse voluntario en Donetsk a pecho descubierto.

En Cádiz no solíamos tener noticias de la severa crudeza de estos 31 días, o por lo menos las amortiguábamos, porque con las noches de Concurso, ya fuera en casa o en el Teatro, y las celebraciones populares, como la erizada y la pestiñada, íbamos tirando mal que bien. Pero el mes, despojado de coloretes, desnudo, nos muestra su arquitectura hecha de esas rectas interminables del Mont Ventoux por las que, de Petrarca a Pogačar, han desfilado los más intrépidos hombres.

Personalmente, enero, mes de propósitos, ha sido un auténtico despropósito. Debuté en el año dando positivo en Ómicron el día de mi santo. Para más inri, me cogió fuera de casa y me tuve que confinar lejos del hogar. Tras superar el virus, creyendo estar sano, me encontré con unas secuelas rarísimas que hasta hace dos días no me han permitido cumplir con mi cotidianeidad. Encima mi equipo pierde dos partidos fundamentales, y como cada vez relativizo menos ‒me tomo más a pecho‒ el fútbol, pues me jodió bastante. Y ya el remate ha sido cuando cierta editorial ha cancelado la inminente publicación de mi primer libro sin motivos aparentes: chafándome por capricho una ilusión de años. Quizás lo único positivo, a parte del test de antígenos, es que A. me ha regalado unos calcetines del oso descoyuntao, en los que me miro y me siento reflejado.

Pero este no pretende ser un artículo pesimista. Una vez mandado enero al carajo, quiero escribir con la genuina gracia de un cuplé callejero a ‘Febrerillo loco’. Serpentina y moscatel para festejar que en cada uno de sus 28 días ‒si breve, ya saben…‒ iremos arañando unos minutitos más de sol. Y que para el día de Andalucía, cuando febrero se disfrace de abril ‒como en la copla de Poveda‒, colgarán de los naranjos de San Francisco y de San Agustín los primeros capullos de azahar como diminutos y albinos murciélagos durmientes. Y que el sábado, 26, si el dios Momo lo permite, se escuchará aquello de “¡Carnavaleros, a la calle!”, y las ilegales ‒ahora más que nunca‒ entonarán estribillos de estraperlo.

Ya saben, como cantaban Los muñecos de Cádiz: “Esperamos todo un año entero / y qué rápido se nos escapa. / Enseguida se nos va febrero, / ya llegó el domingo de piñata”.

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