Manuel López Sampalo
Febrero: Cádiz se tira por los bloques
Este mes que ahora empieza, habrá que hacer de tripas corazón y de mascarillas máscaras
Y tuvimos la inmensa suerte de que el Carnaval fuera la única gran fiesta que se salvó de la quema de 2020 . Algunos, por intuición, apuramos las coplas hasta el triple pitido arbitral en esa isla de las tentaciones, en medio del ... mar cuaresmal, a la que llamamos carnaval chiquito o de los más jartibles.
Decir Cádiz y Febrero –perdón por la mayúscula– es como conjugar sindicalista y gambas o papas con chocos: o sea, el binomio de la felicidad. La Tacita de Plata es en febrero una orfebre de la alegría. Este mes que ahora empieza, sin embargo, se viene tristísimo y gris tirando a negro: habrá que hacer de tripas corazón y de mascarillas máscaras. Si no, la única alternativa es el harakiri local: tirarse por los bloques del Campo del Sur.
Paseo a la tarde y entre la niebla por el territorio mitificado debido a las coplas de carnaval: el Falla y el Arco de San Rafael, el Mora, La Caleta, el Corralón, los callejones, Capuchinos, Cruz Verde, Sagasta, San Antonio y Las Flores. La bruma son las cataratas de esta anciana ciudad, que no quiere enterarse de lo que viene --o más bien de lo que no viene-- y esconde sus lágrimas, que son esas gotas de rocío que surcan en picado la piedra ostionera, en la lluvia. El cronista es un pescador de caña del país que paciente espera sacar de entre las piedras una historia que llevarse a la boca y pregonarla por las esquinas cañoneras. No voy en busca de personas, sino de recuerdos, de momentos felices. La nostalgia es esa herida que nos pica y que gustosamente rascamos, profundizándola. Cuando se trata de saudade todos somos un poco masoquista s. La nostalgia te ataca a traición; no se encuentra voluntariamente por más que se dispongan los elementos: en este caso, pasodobles en los cascos; los pies y la mirada posados en «tierra santa».
Es sin embargo por la vía olfativa –la más sensible a las evocaciones-- la grieta por donde se cuelan de sopetón los recuerdos. Doblar una esquina y sentir la invasión de ese perfume mezcla de orina y cerveza: porque a eso huele el Carnaval, a Cruzcampo y a meados. Es un grupo de vagabundos que se prepara para hacer noche en los bancos de Macías Rete, pero a mí me huele a gloria –y no al moscatel… O sí, también– y la botella de la memoria ya se ha descorchado.
«La pátina canalla de nocturnidad, libertinaje, ebriedad y subversión», eso, en precisas y preciosas palabras del profesor García Argüez es sin duda lo que más echaremos en falta. Y la rima consonante y aconstitucinal o el bastinazo de las llamadas ilegales, y pringarnos los zapatos, y que una desconocida te pinte los coloretes, y la bulla –algunos pagarían millones por volver a empotrarse en una buena bulla-, y perder la noción del espacio/tiempo y que te la sude, y el ya comentado particular olor, y hasta que los guiris se monten aquí su botellón… Del Carnaval echaremos de menos todo. Hasta lo malo.
Porque el Carnaval de Cádiz es esa fiesta irreverente que le muerde días a la Cuaresma y no pide permiso, como aquél locutor radiofónico cuyo programa se retrasaba siempre por el carismático y libérrimo Butanito y tenía que resignarse a comenzar con un «Son las 12 y García». El Carnaval, que con la ceniza se pinta dos coloretes y sigue su baile. Ay.
Pienso en los poetas y en los músicos de esta Viena caribeña ¿Adónde irá su creatividad? Tanto arte retenido en las entrañas es veneno. Aquí se intuye un terremoto, en nuestro caso maremoto, que dejaría a los de Granada en anécdota; por si acaso vayan sacando a la Virgen de La Palma.