Manuel López Sampalo
Estamos perdiendo los papeles
Cada noche que sigan en marcha las rotativas y las mañanas levantando las persianas los quioscos, es un ‘bocao’ que le pegamos a esta cosa estúpida que dan en llamar «progreso»
Cada vez que paso las páginas del periódico, además de aspirar el perfume que sale de la mezcla de celulosa y tinta, me acuerdo de aquel profético profesor que en la Universidad -año 2010- nos dijo que a la prensa en papel le quedaban «dos ... o tres años, no más». Por fortuna, nuestro Nostradamus con birrete erraba de lleno como también lo hicieron los Mayas con su fin del Mundo cuando el bicentenario de La Pepa.
Hoy -pandemia aparte- seguimos rindiéndonos al placer de echarle un ojito al manoseado diario de la casa al desayunar en la barra del bar, cuando te lo pasa un parroquiano y te encuentras el editorial subrayado con un par de gotas de aceite de oliva o el cupón para el albornoz del Cádiz recortado por el camarero. O esos domingos lluviosos en que bajamos a por el periódico preñado de suplementos y echamos horas y horas deleitándonos con las mejores firmas, grandes reportajes y la crónica del partido de ayer. Y es que no tiene nada que ver la lectura de la prensa impresa con la cosa digital: ‘los interneles’ y sus infinitas posibilidades lo desbordan a uno, que acaba haciendo una lectura superficial y distraído en Youtube con vídeos de las mejores subidas de el Chaba Jiménez; mientras que en en el papel se leen hasta las esquelas –por cierto, algunas con excelente prosilla–.
Que sí, que esto esto está ‘condenao’, como lo estamos los románticos y como lo está la tauromaquia: o sea, todo lo que no es práctico y, por tanto, no le renta a esta sociedad aséptica y neoliberal. Pero cada noche que sigan en marcha las rotativas y las mañanas levantando las persianas los quioscos, es un ‘bocao’ que le pegamos a esta cosa estúpida que dan en llamar «progreso».
Y no lo ponen fácil. Miren, en Cádiz capital, por ejemplo, uno camina por la Avenida desde la puerta de los Marianistas a la de Subdelegación del Gobierno y baja Las Calesas hasta donde las cigarreras sin encontrar un santo quiosco donde echarse LA VOZ a la sobaquera. O se puede pasear junto al mar, de la Alameda Apodaca a Los Delfines, pasando por el Pirulí, sin dar con un despacho de prensa y revistas. Afortunadamente no es así en otras ciudades que frecuento como Sevilla, Granada y Málaga, donde se distribuyen estratégicamente esos quiosquillos que abren sus brazos de buena mañana como un merchachifle su gabardina, enseñando el género y abrazando al lector que viene con su euro y pico a por lo suyo.
Cuando llego de nuevas a una población, antes que nada, para hacerme una idea de dónde estoy, me dirijo al bar a catar la cerveza local y darle un repasillo a la prensa provincial, mi favorita y la de Íñigo Domínguez. Así, en Pucela, caí en una tasca de nombre El Colmao. Le pregunté al camarero, Juan, señalando la jeta impresa del columnista si sabía quién era ese patrón de la palabra escrita, a caballo entre Calamaro y de Prada, que escribía en El Norte. Me indicó una mesa esquinada, la de los mafiosos, y ¡quia!, allí estaba Magnífico Margarito.
No sé si ustedes me leen en papel o en digital. Pero si me han aguantado hasta aquí, les revelaré mi fuente secreta de placer: si van a Málaga, lean en SUR a Nieto Jurado con una Victoria; si pasan por Granada, IDEAL y churros en el Café-Fútbol; en Sevilla, desayuno de mollete de Utrera, Machaco y Antonio Burgos en ABC, y sin salir de nuestra provincia, LA VOZ de Chapu Apaolaza, gaditano de la parte de Igueldo, que escribe como quiere. Y a la contra doña Rosa Belmonte. Y en papel, no vayamos a perderlos.