Manuel López Sampalo
Currito ‘El Escolopendra’: «¡carnavaleros a la calle!»
Empezaba el año con los Carnavales de Cádiz y lo finiquitaba con las Zambombas jerezanas; entre medio: su Semana Santa, la Feria de Abril, la Romería a la Virgen de La Cabeza, la Feria del Caballo...
Currito ‘El Escolopendra’, natural de Alcalinas del Aljarafe, se presentaba como «turronero, cofrade, carnavalero y sarasa». Personificación del tópico de la Baja Andalucía, no se perdía un sarao y como en el juego de la Oca se pasaba el calendario de fiesta en fiesta y ... entre tanto una siesta. Empezaba el año con los Carnavales de Cádiz y lo finiquitaba con las Zambombas jerezanas; entre medio: su Semana Santa, la Feria de Abril, la Romería a la Virgen de La Cabeza, la Feria del Caballo, la de El Puerto y la de Córdoba, El Rocío, el Corpus de Granada, La Velá de Triana, la Feria de Málaga, la de Almería, El Rocío Chico y las Fiestas de su pueblo.
Fungía de algo en las juventudes socialistas aljarafeñas, aunque entenderán que poco tiempo le dedicaba al carguito. Se decía «zuzanista», desde un río Quema que cruzó con la hermandad de Gines junto a la Reina del peronismo rociero; deslenguado, se negaba a participar del «bezapolla a Zánshe»: despachaba al Presidente con un «¡Qués huapo pero que malo eh, miarma». Currito, además de ‘grasioso’ y «der Beti» era un exgordo de los que provocan anorexia en el ojo ajeno: es decir, por mucho que adelgazara, siempre uno iba a ver al orondo que allí hubo, como pasa con Aznar y su bigote. Lo conocí en unos Carnavales en el Falla, donde se las apañaba para conseguir entrada de Paraíso en los días señalados el típico que pillaba Pepe ‘El Caja’ armando jaleo; moría con su Tino y su Bienvenido. Tenía muchas amigas, tantas como pulseritas de tela llevaba en sus muñecas.
Mal estudiante, acabó a duras penas la ESO en el IES Cantores de Híspalis, de donde pasó a hacer un módulo de Peluquería y Esteticién. Aunque ya sabemos que su vida iba por lo dionisiaco. En la Feria, cuando anunciaba que iba «guashindongo» o sea, ‘alegre’ soltaba disparates tales como que a él le cabía el Mani con palmeros y guitarrista incluidos. Pese a que no era creyente, la Semana Santa le pirraba; era hermano de la cofradía de su pueblo y en Sevilla, entre otras, de Los Negritos allí tuvo un lío bajo palio con un mandingo, camerunés de El Baratillo. No había cosa que más gozara que vestir para los días grandes a su Geni, la Virgen de la Eugenesia, patrona de su localidad. A los toros iba siempre que había ocasión y se ponía púo contemplando el paquete y culo del matador, aunque giraba la cabeza en la suerte de espadas «Ay, qué lástima, por Dioh».
Como deducirán, la pandemia dejó a ‘El Escolopendra’ en orsay. Mas contra pronóstico al principio del confinamiento reaccionó bien: no se sorprenderán tampoco si les digo que él fue el creador del famosísimo audio de «¡Carnavaleros, a la calle!», muy aplaudido por la concejala Lolita Cazallita. Las reacciones en torno a ese desesperado llamamiento le dieron cuerda o vidilla para poder surfear a duras penas la primera ola. La segunda la aguantó mal que bien como Di Caprio agarrado a la tabla en Titanic, pero…
El pasado 18 de enero, «dezesperaíto perdío», condujo de madrugada su C3 de 3ª mano hasta el Puente del Alamillo. Una vez allí, trepó por el mástil fálico del viaducto, como si estuviese encaramándose a la cucaña de la Velá, y ya en lo más alto saltó sin pensarlo, de bomba. No murió al impactar con el agua de la dársena del Guadalquivir, sino minutos más tarde de una hipotermia en los brazos de un fornido bombero; sus últimas palabras: «Qué güeno está, joío».
Currito ‘El Escolopendra’, una víctima colateral de la cosa-19. Ustedes estarán sabiendo ahora de él, por aquélla absurda práctica de los medios de esconder los suicidios: casi 4000 al año en España… antes del Covid.