Manuel López Sampalo
Correr por Cádiz
Corro, un pie detrás del otro, por el filito negro que queda al margen del carril Kichi mientras pienso que esta no es ciudad para ‘runners'
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Si son ustedes observadores, habrán apreciado que aún quedan indicaciones kilométricas de una ruta para corredores que va de El Chato (km. 0) a La Caleta: debió ser la medida electoral estrella de algún alcalde fenicio. Como pasa con los toros de Osborne en las ... carreteras patrias, cada vez van quedando menos postes orientativos para ‘runners’ por el paseo marítimo; marginados por el flamante carril bici, acaso se conservan las inútiles balizas como si fuesen recuerdos de una vía romana: por mero interés histórico. Yo creo que el Ayuntamiento actual confía en que estos postes sean llevados por una racha de levante, como cree en que la corrosión del tiempo hará del carril ciclista que dibujó Teófila un palimpsesto.
Y es que dada la proliferación ciudadana de los espacios para snobs e instagramers con apellidos tales como gym, fit, box, wellness, sport y demás paparruchas --me meto antes en el pub Poniente que uno de estos--; sumada a la modita de los ‘putinetes’ eléctricos…, aquí no corre ni el viento. Bueno, a decir verdad, en Cádiz ‘habemos’ tres personas que seguimos practicando el ‘jogging’: Ignacio Casas de Ciria, la concejala Cazalilla y el menda. Y las guiris rubias, claro.
El menda, que es un rancio orgulloso que sigue leyendo el periódico en papel y jugando al tenis en Bahía Sur en vez de al pádel en la azotea de algún centro fitness, que se perfuma con Álvarez Gómez y se pela en Manolo negándose a pagar por una ‘experiencia’ en una ‘barber shop’; el menda, decía, de tener por una carambola de la vida que meterse en un gimnasio acudiría presto, como-dios-manda, al Raúl Calvo. Pero afortunadamente no es el caso, yo sigo corriendo entre próceres por La Alameda, saltando bancos por la Avenida de la Bahía, subiendo y bajando los toboganes del barrio de Santa María, enfilando la carreterita del Ventorrillo, cruzando el Parque Genovés y alcanzando el límite civil en Torregorda.
Pero pasa que en verano, cuando uno sale a trotar a la fresquita con su camiseta del Granada clásico de Paco Chaparro, Carlos Cano en los cascos y pelo en las piernas a lo Ryan Giggs; cuando «el sol viene a morir», lo de correr por el contorno de La Tacita se complica más que lo de aparcar: y es que no hay sitio. O tiene uno la cintura de Pedri o no hay salida corredora que no acabe con un topetazo con un turista guipuzcoano o con una embestida de un ‘putinete’. El correr entonces se convierte en un auténtico eslalon de esquí en el que uno tiene que trazar rutas imposibles colándose en fotografías por el Campo del Sur, separando de la mano a matrimonios madrileños o disputándole la parte derecha del carril a algún Echenique con malas pulgas.
Sale ya uno de casa predispuesto a los insultos que le dedicarán, como si fuera un árbitro de regional, pero que no escuchará porque ya digo que me protegen los cascos con ‘María la portuguesa’ y ‘Las murgas de Emilio el Moro’ a volumen ‘camión del tapicero’. Tampoco puedo leer los labios, porque a esa hora del crepúsculo, mi miopía --que en este último año ha crecido como el pene de un púber-- no me permite ver más que las siluetas: con lo cual me puedo cruzar a Antonio Reguera paseando con Agustina y pensar que son Juancho Ortiz y Teófila Martínez.
Corro, un pie detrás del otro, por el filito negro que queda al margen del carril Kichi mientras pienso que esta no es ciudad para ‘runners’, y que es una pena porque en Cádiz históricamente ha habido buenas corridas. Acuérdense de José Mari Aznar, cuando lo de 2012, estirando a las puertas del Parador y pegándose su carrerita escoltada hasta El Chato. O Chapu Apaolaza, que entrenaba los Sanfermines subiendo la Cuesta de Jabonería como si fuera la de Santo Domingo. Y qué decir del friki ese que corría de espaldas por el carril y leyendo un libro. Luego está lo de Rafa Marín, que en su clase de Literatura Comparada nos puso a componer un relato grupal, y cuando llegó mi turno, con el hilo de la historia perdido, solté el siguiente Mcguffin: «Y de repente pasa Rafa Marín corriendo», a lo que este con mucho age respondió que «Hemos dicho que ciencia ficción no valía, Manolo».