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Carlos, de Cádiz
«El día 19 de diciembre hará veinte años de la muerte de Carlos. Olvidado por los mayores y desconocido por los jóvenes»
Era domingo y soleado. Tomamos por el paseo de Antonio Burgos camino a los autobuses. Veníamos del Parque Genovés donde le conté que cuando yo tenía su edad había unos babuinos que te enseñaban su rojo trasero. No daba crédito. Y aquél descampado era ... un teatro, le dije señalando al Pemán. Cuando divisó el árbol del Mora rompió a corretear hacia él. Le di alcance cuando ya trepaba como un Mowgli por una de las varices del tronco del ficus. Ten cuidado, Alejandro, advertí a mi primito mientras comencé a buscar con la mirada la placa que homenajea a Carlos Cano.
Le di tres vueltas a la glorieta, desesperado, sin hallar ni rastro del reconocimiento al artista granadino. Acabé por preguntar a los taxistas allí apostados: estos sí, expertos en el callejero de la ciudad. Los dos primeros, jóvenes, no supieron colmar mi pesquisa; el tercero, más veterano, me condujo dubitativo hasta una suerte de pedrusco a los pies del árbol, en el que se adivinaba con fina observación una plaquita incrustada. El mate y el óxido del metal sumado a la suciedad hacían casi ilegible el nombre que allí figuraba: el de Carlos Cano Fernández . Algo apenado, le di las gracias al amable chófer y ante la aparición del ‘7’ apremié al primito, que colgaba de una rama como un arquero argentino del travesaño.
El día 19 de diciembre hará veinte años de la muerte de Carlos. Olvidado por los mayores y desconocido por los jóvenes. Lo que he contado de la placa no es una simple anécdota. Es una lástima honda, que en solo cuatro lustros -que cantaba Gardel que no eran nada- los vientos de la ciudad se hayan llevado hasta el último grano de arena que rememoraba al trovador que más y mejor le ha cantado a Cádiz -hasta 17 composiciones-.
Sólo honrosas excepciones han dado señal intermitente de recuerdo y gratitud hacia el coautor de Las Habaneras: valga el ejemplo del comparsista Jesús Bienvenido, que con ‘Los Currelantes’ quiso honrar la memoria de Cano cuando se cumplían diez años de su marcha. Por cierto, que el tenor que soportaba la bandera andaluza en el pasodoble que le dedicaron en la final del Falla no es otro que el actual alcalde de Cádiz; quien no ha tenido la deferencia en sus casi seis años ya de gobierno de al menos darle lustre a la plaquita de la Glorieta. Tampoco en su ciudad natal, Granada, ninguno de sus últimos regidores ha tenido un detalle con su ilustre paisano. Allí todo es Lorca, como aquí todo es ‘comparsilandia’: en fin, el patrimonio que genera interés pecuniario.
La placa del Mora fue inaugurada a finales de marzo de 2001, la misma fecha en que Carlos Cano fue nombrado , desgraciadamente a título póstumo, hijo adoptivo de la ciudad de Cádiz. Entonces, la Alcaldesa Teófila Martínez proclamó con razón -como apuntaba Téllez- que a Carlos lo había parido Cádiz hacía siglos.
Veinte siglos, como el poema de Alfonsina Storni, desde que el corazón del gigantón nazarí « se paró, y al mismo tiempo el de Andalucía» (Martínez Ares dixit) . Carlos mereció una salida más poética, como la de la propia Storni, zambulléndose en las aguas de La Caleta, la plata quieta con la que fue rebautizado por Fernando Quiñones. «Que viene un hombre bueno, Caleta ábrele tus brazos, porque viene para darse su último baño el gran Carlos Cano», que cantó Manolo Santander con su chirigota. Eso, y convertirse en mojarrita para nadar eternamente entre los dos castillos.