Manuel López Sampalo

La cara y la cruz del matrimonio

Escuché el otro día, que una vez ‘pasadas’ restricciones se están multiplicando el número de bodas, ya que se habían acumulado porque se han llevado casi dos años congelados los enlaces

Manuel López Sampalo

En la pasada feria del libro, en el Baluarte de la Candelaria, fui a la presentación de la última novela de Manuel Jabois, ‘Miss Marte’. El acto fue conducido por el periodista Pedro Espinosa. En un momento dado, autor y presentador empezaron a hablar de ... las bodas, a cuento del argumento del libro. Más concretamente de las lecturas en los enlaces matrimoniales, que ambos, por periodistas, habían protagonizado. Si Espinosa contó que de las cuatro bodas en las que le tocó hacer el discurso, tres acabaron en divorcio; Jabois envidó con seis de siete.

Abrumado por el dato, consulté al instante en Google el porcentaje de separaciones y divorcios en España: un 57% en el año 2017 y, aunque estos últimos años parece que está bajando el número, llegó a alcanzar un 63% en 2014. Desolador. No en vano, uno es hijo de padres separados.

Escuché el otro día, que una vez ‘pasada’ la pandemia ‒las restricciones, mejor dicho‒ se están multiplicando el número de bodas, ya que se habían acumulado porque se han llevado casi dos años congelados los enlaces. Veo a gente de mi quinta, por redes sociales, casándose a lo loco, por moda, como el que celebra un cumpleaños: no dejan de ser lo que yo llamo ‘bodas de Instagram’: o sea, casarse porque toca, porque tu amiga también se ha casado. Mucho me temo, aunque espero equivocarme, que de aquí a pocos años los novios del ‘photocall’ estarán firmando en un juzgado.

Sin embargo, hoy se casa un buen amigo, Javier. Lo hace con Elvira, quien parece buena chica, pero que apenas conozco. Y sé que lo de Javier y Elvira es diferente: se casan de verdad –permítanme la expresión–. Ambos son creyentes y practicantes y sé, sobre todo por Javier, que jamás prometería en vano ante Dios, y que si es por él, estará con ella, la respetará y la amará, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así hasta que la muerte los separe. Luego, la vida puede ir por otros derroteros, pero sé que Javier jamás pronunciaría un «sí, quiero» con frivolidad o hipocresía. Y confío en que Elvira tampoco.

El matrimonio no deja de ser un santo sacramento, que según la RAE es «la afirmación de algo poniendo por testigo a Dios». Pero como a todo lo religioso, se le ha perdido absolutamente el respeto. Yo, que no soy creyente, por deferencia con quienes lo son, jamás me casaría por la Iglesia, por mucha ilusión que a mi esposa le hiciese. Bueno, y porque me daría pánico tanta expectación a mi alrededor, pero ese es otro cantar. Aquí en Cádiz tenemos el caso de un afamado y llorado comparsista que ‘confirmó’ sobre las tablas del Falla la inexistencia de Dios, y a los pocos años contrajo matrimonio por la Iglesia, en su último acto de perjurio. Allá cada cual con su moral.

Luego está el caso contrario, mas similarmente hipócrita, de los que van haciendo ostentación de su fe, con cruces de seis metros y banderas nacional-católicas politizando el martirio y el sacrificio de Jesucristo por nosotros. Cuando le relaté esta peregrinación a otro gran amigo y católico, Jesús, se horrorizó y me contó aquella vez que un humilde párroco le invitó a guardarse bajo la camiseta la cruz de madera que llevaba a modo de colgante, porque la fe va por dentro.

Javier, con quien compartí una fantástica jornada en la reciente Feria de Abril, entre manzanillas, me pidió que le escribiera algo bonito. Quizás no era esto lo que esperaba, pero es lo que me sale del corazón, amigo. Os deseo a Elvira y a ti todo lo mejor y que, parafraseando al maestro Manuel Alejandro, que no se rompa el amor aunque os hartéis de usarlo. Por cierto, menos mal que no me toca a mí leer en la boda. Uff.

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