Manuel López Sampalo
Cádiz, a finales del siglo XX, la infancia
Recuerdo las mañanas de domingo en el Parque Genovés, con sus apestosos y chillones monos de culo rojo
Con la noticia de la reapertura de los cines en Bahía Sur, se me ha destapado la caja de la memoria. Allí precisamente acudí por vez primera a una sala cinematográfica: la película pudo ser ‘Los 101 dálmatas’, aunque no me hagan mucho caso. No ... había entonces en la capital grandes pantallas –aún quedaba una década para El Corte Inglés–, si acaso las coquetas e incómodas salitas de El Palillero. Nosotros cogimos por costumbre ir los sábados por la tarde al centro comercial de San Fernando, ya fuera en coche con mi padre o en el Cercanías con mi madre. Allí, además de ver una película, aprovechábamos para hacer alguna compra en el Pryca –después Carrefour–, en la tienda Disney y en El Corte Inglés: entonces en la ciudad de Cádiz sólo había un pequeño comercio de la cadena, donde hoy está el Aldi junto a las Puertas de Tierra, que con la construcción del centro comercial Bahía de Cádiz se quedaría en la tienda de ‘Oportunidades’.
Recuerdo las mañanas de domingo en el Parque Genovés, con sus apestosos y chillones monos de culo rojo, pájaros exóticos donde hoy hay un asqueroso palomar, el Teatro Pemán dando sus últimas bocanadas y mi hermana y yo recorriendo los laberintos del Parque en cochecitos de pedales alquilados. Lo que me conecta con esos hidropedales que había en la playa de La Victoria y que, con el tiempo, los relaciono irremediablemente con ‘El Tercer Reich’, la inquietante novela de Roberto Bolaño. Pasaban por la orilla de la playa esos pregoneros que aún hablaban en pesetas: «¡Oigaaaa, llevo la paaapa, dos paquete veinte duro!» o «¡Llevoooo, cangreeejo, cañaííílla, camarón-y-booo-ca-buenaaa!»
Los atascos al entrar en coche por el único Puente y los paisanos pescando desde sus barandillas. Y el Carranza que se abría para dejar pasar a los barcos o era cortado y sembrado de barricadas por las manifestaciones de los trabajadores de Astilleros. La vía del tren, antes del soterramiento, dividiendo Cádiz como el Muro de Berlín. Y nosotros que cruzábamos muy de vez en cuando la pasarela por la Segunda Aguada sabiendo que entrábamos en territorio comanche. Para los de la zona ‘noble’ de extramuros era una temeridad pasear por los barrios de la otra parte, cosa que hoy, gracias al tren soterrado y la rehabilitación de distritos como el Cerro del Moro no ocurre.
Los jóvenes haciendo botellón el sábado noche en Ingeniero La Cierva, en la plaza de San Francisco y en Mina. Y los niños celebrando cumpleaños en el flamante McDonalds, en Camelot, donde hoy hay una tienda de tonterías, y en Herculand, en los bajos del Hotel Playa. El Estadio Carranza como lo que era, un viejo campo de Segunda B. El entrañable y borrachuzo ‘Troy’ perfumando la esquina de Residencia, y su madre, a la que conocíamos como ‘La Bruja’, por los contornos de Muñoz Arenillas. Y el perro Canelo, en la que ahora es su calle, esperando fiel a su amo.
Y, por último, una anécdota personal. Debía ser el año 1995 cuando una señora rubia de mediana edad hacía campaña electoral por el Paseo Marítimo. Y uno, con la inocencia y la desvergüenza de los cuatro años aún no cumplidos, se dirigió a ella soltándole un simpático «¡Hola, Rafaela!», en referencia a la Carrá, que por entonces tenía un programa así titulado. Aquélla mujer, que al poco tiempo sería la alcaldesa de Cádiz, me cuentan que se lo tomó con muy buen humor.
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