Manuel López Sampalo
Tú a las armas y yo a las letras
El uso de la fuerza corresponde en teoría a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, pero en la práctica se ha legitimado moralmente a esta siniestra turba ‘antifa’ para su uso impune
Me toca la moral, por no decir algo más tangible, esos mensajitos en los escaparates de las librerías modernas, en camisetas, bolsas y libros que vienen a decir que «al fascista no se le discute, se le machaca», o la pregunta retórica de si «está ... bien pegar a un nazi». Si con lo de fascista aludieran a Mussolini o a Gadafi me parecería fantástico. O si el dilema de apalizar a un nazi fuese el mismo que plantea Javier Marías en su última novela, ‘Tomás Nevinson’, y que paso a explicar brevemente, yo lo aplaudiría. Pero por desgracia no es así.
Marías se cuestiona si tenemos derecho a matar a quien es probable que vaya a cometer un asesinato: similar al pre-crimen de ‘Minority Report’. El ‘nobelable’ novelista lo ejemplifica con dos hombres que tuvieron a tiro --nunca mejor dicho-- a Hitler antes de ser Hitler. Uno real, Reck-Malleczewen, que en 1936 coincidió con el Führer en una solitaria taberna. De haber tenido «el menor atisbo» de lo que haría, lo habría matado de un tiro allí mismo, dice el escritor alemán. El otro, ficticio, un cazador de una película de Fritz-Lang, al que en 1939, un mes antes de empezar la II Guerra Mundial, de modo casual, en un paisaje frondoso de Baviera, tiene a Hitler en su punto de mira, que anda de retiro en su villa de Berchtesgaden. Ninguno de los dos, por un motivo u otro, abre fuego.
Frente al timorato personaje de Fritz-Lang, Tarantino le da una muerte explosiva y alternativa al nazi supremo en ‘Malditos Bastardos’, así como se carga bestialmente al terrible Charles Manson y su sectario séquito en su reciente película, ‘Érase una vez en América’.
Hecha la digresión, retomo el hilo inicial. Digo que me siento interpelado, señalado por estos mensajes, y desde luego, obvia decirlo, ni soy un fascista ni un nazi. Me violenta leer dichas frases porque, desengañémonos, quien esto escribe y/o expone no piensa en Pinochet o en Ceaucescu; piensa en ti, católico practicante, y en ti también, votante de derechas, y en mí, votante de centro, y en nosotros, taurinos o hispanófilos. También se refiere a ti, que cuando pasan lista los 8-M no estás allí uniformada de morado, y apuntan a la selección polaca de fútbol, que no se arrodilló ante el ‘Blacks Lives Matter’, porque los polacos, con buen criterio, solo se arrodillan ante Dios o ante su futura esposa.
Traigo este asunto por la penúltima acción violenta de los radicales ‘antifas’ --no les concederé el honor de apellidarlos “de izquierdas”-- en Vallecas (‘a las armas’), en este caso contra Vox, lejanos a mis simpatías, pero que en esta ocasión debemos defender sin medias tintas. Que sí, que el partido de Abascal es fanfarria demagógica y patriotera --Vox es el partido de vuelta de Podemos--, pero es miserable apoyarse en ello para justificar la violencia. El uso de la fuerza, o sea de la violencia, corresponde en teoría a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, pero en la práctica se ha legitimado moralmente a esta siniestra turba ‘antifa’ para su uso impune. Como pasó con los pistoleros y matones de la extrema derecha durante la Transición. Lo mismo.
En Twitter, a raíz de las algaradas por lo del rapero Hasèl, topé con unos jóvenes gaditanos --de los del triangulito rojo-- que excusaban el vandalismo callejero apoyándose en un vídeo en el que Juan Carlos Aragón justifica la necesidad de violencia para que las cosas cambien. Lamentable. Yo, si algo odio, es el jarabe de palo, y si algo amo, son las palabras. Ahora, si por lo que sea me cayera alguna, no pienso poner la otra mejilla.
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