Manuel López Sampalo
¡El alcalde va desnudo!
No creo en la prohibición, y menos aún en la cancelación de la naturaleza humana; pero eso no quita que considere el naturismo como una horterada, cosa de mal gusto y que sea mil veces más partidario de la insinuación
La propuesta del gobierno local de permitir el nudismo en todas las playas de Cádiz (de Cortadura a Larguiblanda) nos invita a pensar que Kichi tiene complejo de Olmo. Sí, ese tipo barbudo que se pasea en pelota picá por las calles de Granada. Al ... tal Olmo, un químico que experimentó consigo mismo, le hemos visto la picha, redes mediante, caminando por Reyes Católicos, colgando de un ventanal de la Catedral, en la Real Chancillería, encogida subiendo Sierra Nevada, en el patio del colegio de Los Escolapios y hasta en un Granada-Manchester United de cuartos de final de Europa League.
La ocurrencia plenaria también me trajo a la mente ‘El traje nuevo del emperador’, cuento del danés Hans Christian Andersen. Como en dicha ‘fábula’, podemos decir que el alcalde de Cádiz va en pelotas. En la historia con moraleja de Andersen, el rey o emperador anuncia que lucirá para la más alta ocasión el mejor de los trajes, tanto es así que este será invisible a los ojos de todo buen vasallo. Llega el día, y el soberano se pasea a caballo ante el pueblo como su madre lo trajo al mundo, y mientras todos se muestran gratamente impresionados (ninguno quiere reconocer lo obvio) por la magnificencia del traje de invisibilidad, un niño señala al de la corona y exclama que el rey va desnudo.
Se puede concluir del cuentito que solo los ojos de la inocencia, incorruptos, ven la verdad y son capaces de expresarla sin cortapisas. De ahí, que un chiquillo en La Caleta pueda verle a Kichi el carajo de mar y no asombrarse, tomar la desnudez como lo que es: lo más natural del mundo. A los adultos, una determinada formación cultural, ciertamente puritana, nos ha condicionado la vista con el pudor hacia la desnudez. Considerándolo bien, si ya van todas las jóvenes –y no tan jóvenes– en tanga y topless por Santa María del Mar o La Victoria, ¿qué hay de ahí al nudismo integral?, ¿acaso cinco centímetros de tela? Venga, hombre, vamos a estar ahora como los censores que medían el largo de la falda de la mujer.
Yo, que como la mayoría de ustedes he sido educado en el pudor cristiano, soy partidario de que cada cual vaya vestido o desvestido como quiera por la playa, por la calle o en su casa. No creo en la prohibición, y menos aún en la cancelación de la naturaleza humana; pero eso no quita que considere el naturismo como una horterada, cosa de mal gusto y que sea mil veces más partidario de la insinuación. ¿Acaso no es mucho más deseable la mujer –o el hombre– que elegantemente insinúa, dejando el resto a la imaginación, que quien ya de entrada te enseña hasta la letra del DNI? Por algo envolvemos los regalos: la sorpresa, el misterio.
Pues eso, «¡El alcalde va desnudo!» dirá un chiquillo en La Caleta. «¡Y la tiene chuchurría!», replicará otro. Y todos, inocentes, nos reiremos. Luego Kichi nos acusará de ‘micropenefobia’ o algo por el estilo.