Manuel López Sampalo
25 de septiembre de 1991
Si en la aduana de cualquier cumpleaños rige la comodidad del espacio Schengen, el pasar de los 29 a los 30 es como cruzar la frontera por El Tarajal
Sí, hoy cumplo 30 años. Y la primera en felicitarme, Alexa. En realidad este escrito es lo penúltimo que hago con 29, quizás mañana (por hoy) cuando me lea desde la treintena la juzgue como una columna inmadura, frívola, cosa de chiquillos. Mas venía a ... contar que cuando el tercer número llama a la puerta se nota, sobre todo, en el correr y en el beber. Ahora uno gasta más tiempo calentando y estirando que en el propio trote. Atrás quedaron los esprines y fueron dando paso a tiradas más largas y relajadas: se pasa de la mecha corta al diésel. Al igual que para volver a calzarme las zapatillas de deporte necesito un día en barbecho, si salgo de juerga mi cuerpo me pide tregua una semana. Y pensar que hubo veranos en que salíamos todas las lunas y borracheras sudadas con una carrera hasta El Chato y un chapuzón en el Atlántico.
La barriguita cervecera ha okupado mi otrora ‘six-pack’ y de ahí no la expulso ni doblando las sesiones de ‘crosfi’: la acaricio como si estuviese embarazado de dos meses y le propongo que vamos a llevarnos bien. He asumido que la barba ya nunca me crecerá entera: que mi patilla y perilla, como Cádiz y San Fernando, se quedarán unidas para siempre por ese istmo facial que me crece bajo las comisuras. Ya sé que no dejaré un cadáver bonito. Veo a Larra por el retrovisor y a Jesucristo en el horizonte, cual si fuera a doblarlo en una contrarreloj. A la ansiedad, compañera desde los 18, ya la tuteo y tenemos tal confianza que podemos tirarnos largos ratos juntos y en silencio sin incomodidades. Bromeando, cuando me incordia le digo que ahora no, Ansi, que te conozco como si te hubiera parido.
Si en la aduana de cualquier cumpleaños rige la comodidad del espacio Schengen, el pasar de los 29 a los 30 es como cruzar la frontera por El Tarajal: las concertinas te muerden los tobillos y se te clavan las aletas de los tiburones. Es como ser Puigdemont y tratar de franquear La Junquera disfrazado de prostituta de copiloto de un camionero, como Roman Polanski aterrizando en el JFK. Dejar de compartir década con Tadej Pogacar para hacerlo con Gabriel Rufián es durísimo.
Como lo que viene solo Dios lo sabe (bueno, y la que echa las cartas en El Pópulo, frente a El Malagueño, también·, en mi Transición personal, en el harakiri de mi juventud, quiero recordar como felices los años veinte. Con la veintena recién cumplida viajé a Nueva York, con 21 conocí el sexo y a mi equipo en Primera, con 22 descubrí el enamoramiento y vi nacer a mi primo Alejandro, con 23 no me acuerdo porque bebí demasiado, a los 24 voté ilusionado, cumplí 25 y leí por primera vez a Borges y a Bolaño, a los 26 me emocioné con el Balica vestido de arcoíris, con 27 que es una edad maldita me conformé con no pegarme un tiro, la noche del 5 de marzo de 2019 para mí y 20mil corazones más se queda, y a los 29 le restan 20 segundos de descuento y espero que Sergio Ramos haya subido a rematar el córner.
Estas son las últimas palabras que escribo como veinteañero. Le pido al Manolo de treinta que no se olvide de defender su pequeña parcelita de libertad: que no ceda ante chantajes ni amenazas, que no se arredré ante la censura, y menos aún la propia, y escriba al dictado del corazón; que no renuncie al humor por mucho que la vida se empine, que recuerde que es mejor ser un loco romántico a un funcionario vital; que como le dejó escrito Carlos Cano a su hijo: «Si busca la pureza, que se acerque a la alegría. Que oiga la música hermosa de la soledad de los hombres.» Que le pierda el miedo a la muerte y la trate como a una comadre: ¡hay mil cosas peores! Que esto no va de supervivencia sino de vivir. Ah, y que se acuerde que el lunes tiene cita en la peluquería a las 6 y 30.