OPINIÓN

Mano o espada

Si España se hace finalmente con las corbetas, reclamo mi derecho ciudadano a tomar una de ellas, entrar a cuarenta nudos por la bocana del muelle de Barbate

Chapu Apaolaza

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Cuando le dio la mano al príncipe Bin Salman de Arabia Saudí, quizás el hijo de Jamal Khashoggi recordara el tacto de la de su padre, el olor de su pelo al abrazarle o el sonido de su risa, nociones relativas al amor que en ... adelante irá olvidando paulatinamente aunque hoy jure no hacerlo nunca. Tal vez solo ocuparan su mente encendida las llamadas desde la embajada saudí en Estambul a la oficina del príncipe, la playlist de la muerte que sonaba mientras descuartizaban a su padre o la frase del sicario mayor que pedía que le trajeran «la cabeza de ese perro». Con todo eso entre las cejas, el hijo de Khashoggi tuvo que acudir a palacio a aceptar las excusas de la corona y a estrechar la mano de los responsables del asesinato de su padre. Calculo que le ofrecieron eso o la horca. La humillación y la dignidad trazan cartografías extrañas en las que no siempre todo es lo que parece. Instalado en algún punto de esa geografía cambiante y esquiva, Khashoggi elevó menos de cinco grados la barbilla, extendió el brazo, apretó la mano que cortó los dedos de su padre y miró. La mirada quedó como única forma de honor.

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