Francisco Apaolaza - OPINIÓN

La mano de Dios

El currocentrismo es una religión bellísima. Cuando le dijeron El Faraón de Camas se quedaron cortos

l universo es un espacio de infinitas dimensiones. Lo manejan extrañas leyes que prenden en las costuras de la física que distribuyen en delicados equilibrios las proporciones de materia y vacío, y de una manera o de otra, y no siempre explicable, el mundo termina por quedar a la medida de Curro Romero . Dicen de él que maneja los espacios, pero en realidad son los espacios los que están rendidos a sus pies.

Habita el milagro en la manera en la que Curro posa su mano anciana sobre la mesa, en el suave compás con la que los dedos imitan el vuelo alegre y a la vez desesperado de un capote. A día de hoy, Curro mueve las manos y le crujen los huesos a los demás. Conozco el caso de un hombre que dijo que cuando viera a Curro pegar al aire un par de verónicas, ya se podría morir. Después de verlas, se murió.

Viste el maestro un traje de chaqueta de espiga gris que se posa sobre su cuerpo como un paño de Bernini. Todo a su alrededor es paz, es sosiego, es sonrisa y es calma. En el centro de esa atmósfera de delicia mira Curro de frente desde dos pupilas abiertísimas y deslumbrantes como dos planetas en órbita pausada y eterna.

Curro esfinge amable, Curro el sentido de la medida, Curro de las dimensiones, de los tiempos y de las emociones, Curro de las infancias y los sueños, de las incertidumbres, Curro de primaveras y de romeros, de calentitos y tostadas, de padres y de abuelos, de relojes parados, de manos de niños, de irse toreando de la plaza y quizás también de la vida. Las manos de Curro como el centro del universo. El currocentrismo es una religión bellísima . Cuando le dijeron El Faraón de Camas se quedaron cortos.

Yo mismo un día le pedí si podía posar la mano sobre la esclavina de un capote, le hice la foto y la titulé ‘La mano de Dios’.

Curro es generoso en historias y las cuenta con un compás que no alcanzarían todos los guionistas de Hollywood juntos. Siempre tiene la palabra justa, como cuando le preguntó a Juan Antonio, un partidario de Algeciras que a qué se dedicaba.

–Soy frutero –le respondió el aficionado-.

–Qué buen gusto –remató el maestro–.

Siempre le sorprende que lo quieran tanto y camina por Sevilla con su andar tímido y le dicen piropos hasta los naranjos. Atiende a todos y ahora con los selfies al menos no tiene que firmar tanto autógrafo. Lo saludan los aficionados y los que no. Hasta los que corren lo saludan y los críos de pantalón corto cuyos progenitores no se habían conocido cuando toreaba el maestro, cuando se lo cruzan tiran de la mano y dicen: «Mira, papá, ahí va Curro Romero».

Al maestro le gustaría un día pasear solo por Sevilla sin sentir las miradas del mundo sobre él. No va a poder ser. Quizás podríamos hacerle el favor e ignorarlo todos un día al año y dejar que cumpla el sueño inconfesable de volver a no ser nadie .

De momento, agradece el cariño y a la gente les pega oles por dentro, que es como siempre los pega. Le queremos porque nos enseña la belleza del mundo. Cuando veo a la manada de mangantes, vulgares, chuflas, gritones, corruptos y gente de mal gusto en general, cuando veo esa cola en la Audiencia Nacional pienso en él y me reconcilio con el ser humano, y eso es irrenunciable. Cuando nos quiten todo, no nos podrán quitar a Curro Romero.

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