OPINIÓN

Luis Castro, la bondad infinita

A veces hablar con él resultaba abrumador; uno se sentía pequeño ante un corazón tan inmenso

Bondad. ¿Habrá palabra más hermosa? ¿Alegría quizá? ¿Amor? ¿Amistad? ¿Gentileza? ¿Honestidad? Cualquiera de ellas refleja a la perfección lo que fue el Padre Luis Castro. Elija una y encajará a la perfección en la definición de lo que han sido sus 93 años de pertenencia ... a este mundo. Nueve efímeras décadas en las que se ganó la eternidad –ahora que nos ha dejado– de una forma tan sencilla, tan natural, que llegaba a ser abrumadura. Su humildad era tal que a veces uno se sentía diminuto cuando estaba con él. Y eso que era pequeño de cuerpo. Pero tan inmenso de alma. Eterna sonrisa. Increíble sentido del humor. Su bonhomía fue mucho más allá del hecho de dedicarse al sacerdocio. Impresiona pensar cómo marcó siempre para bien a las miles de personas con las que se cruzó en su camino. Por supuesto a los que coincidimos con él dentro de un aula en San Felipe Neri, en las que nos dio clase. Pero no sólo a nosotros. También para muchísima más gente a la que se entregó de forma ejemplar. Muchas de sus buenas obras se han marchado con él, nunca las sabrá nadie más que aquellos a los que ayudó, de forma material o espiritual. Tal era su humildad que lo hacía de forma anónima, sin airearlo, sin aspavientos, sin más intención que el deseo verdadero de ayudar y ser útil a los demás. No seré yo quien desvele algunas de ellas. No quiero que me riña desde allá donde esté. Mejor así. Basta saber cómo han reaccionado cientos de personas al tener conocimiento de su fallecimiento. No se me ocurre mejor legado.

El mundo debería estar lleno de personas como Luis Castro. Sería un mundo muy distinto. Un mundo de sonrisas, de relativizar problemas que en realidad no lo son, de honestidad, de paz, de entrega sincera a todo aquel que lo necesite. Sin pedir nada a cambio. Sin esperar recompensa, más allá de comprobar que alguien es un poco más feliz gracias a tu ayuda. Personalmente, tras asimilar que ya no está con nosotros, lo único que se me ocurre es darle las gracias. Una vez más. No contaré tampoco cómo me ayudó a mí, porque probablemente no lo hizo siquiera de forma consciente. Lo hizo con su ejemplo. Yo le conocí hace exactamente 30 años, en plena enfermedad de la adolescencia. Una etapa en la que es relativamente fácil tomar decisiones equivocadas, desviarte del camino. A mí, y a muchos como yo, nos ayudó a encauzarnos sin saberlo. Con una sonrisa, con una de sus historias, con un simple gesto. Era un ejemplo a seguir, aunque en aquel momento no lo apreciáramos así. Afortunadamente, en estos últimos años, pude agradecérselo en vida. Ahora lo hago tras su muerte. Gracias Padre Luis. Eterno Luis Castro.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios