OPINIÓN

Luis Castro, la bondad infinita

A veces hablar con él resultaba abrumador; uno se sentía pequeño ante un corazón tan inmenso

Ignacio Moreno Bustamante

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Bondad. ¿Habrá palabra más hermosa? ¿Alegría quizá? ¿Amor? ¿Amistad? ¿Gentileza? ¿Honestidad? Cualquiera de ellas refleja a la perfección lo que fue el Padre Luis Castro. Elija una y encajará a la perfección en la definición de lo que han sido sus 93 años de pertenencia ... a este mundo. Nueve efímeras décadas en las que se ganó la eternidad –ahora que nos ha dejado– de una forma tan sencilla, tan natural, que llegaba a ser abrumadura. Su humildad era tal que a veces uno se sentía diminuto cuando estaba con él. Y eso que era pequeño de cuerpo. Pero tan inmenso de alma. Eterna sonrisa. Increíble sentido del humor. Su bonhomía fue mucho más allá del hecho de dedicarse al sacerdocio. Impresiona pensar cómo marcó siempre para bien a las miles de personas con las que se cruzó en su camino. Por supuesto a los que coincidimos con él dentro de un aula en San Felipe Neri, en las que nos dio clase. Pero no sólo a nosotros. También para muchísima más gente a la que se entregó de forma ejemplar. Muchas de sus buenas obras se han marchado con él, nunca las sabrá nadie más que aquellos a los que ayudó, de forma material o espiritual. Tal era su humildad que lo hacía de forma anónima, sin airearlo, sin aspavientos, sin más intención que el deseo verdadero de ayudar y ser útil a los demás. No seré yo quien desvele algunas de ellas. No quiero que me riña desde allá donde esté. Mejor así. Basta saber cómo han reaccionado cientos de personas al tener conocimiento de su fallecimiento. No se me ocurre mejor legado.

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