OPINIÓN
Llamas
La democracia es una obra en constante estado de mantenimiento y remodelación. Ojo con los sopletes
No está el horno para bollos. Lo de Nôtre Dame suena a oscura premonición. No sabemos qué otras catástrofes nos están esperando a la vuelta de la esquina, en un mundo que parece estar perdiendo toda capacidad de control sobre el futuro. El futuro, ilusión ... de la mente humana, temerosa siempre por su propia supervivencia, como no puede ser menos en este juego evolutivo del predador y la presa. Pero, ahora, el horizonte del porvenir está teñido por los nubarrones negros de la tormenta. O del humo apocalíptico del fuego que devastó en pocas horas un símbolo de la resistencia al paso del tiempo y la labor creadora del hombre.
Siempre ha habido pobreza y hambruna en el mundo. Siempre hemos tenido nuestra ración de pandemias y guerras salpicando la superficie política del planeta, como los volcanes que agitan sus penachos de humo para recordarnos que la Tierra aún no ha acabado de hornearse. Un planeta que todavía sigue en obras, del mismo modo que la humanidad, que parece culminar el milagro de la vida, tampoco acaba de fraguarse. Vivimos tiempos de continua zozobra. Quizás sintamos hoy en día la inestabilidad del mundo porque el miedo a las desgracias que siempre les ocurrían a otros parece haberse instalado en nuestro confortable hogar del Primer Mundo, donde, tras los últimos estragos bélicos, nos habíamos acostumbrado a vivir confiados y protegidos.
Arde Nôtre Dame y el corazón se nos encoje mientras contemplamos ese infierno televisado. En el fondo de nuestra conciencia llegamos a vislumbrar que la capacidad de nuestra tecnología moderna ha prendido accidentalmente la pira donde hemos sacrificado al símbolo que nuestros congéneres construyeron colocando, a base de polea, piedra sobre piedra. Ocho siglos de resistencia frente al paso convulso de la historia, venidos abajo en horas de pesadilla. Hoy en día se ha instaurado un odio generalizado en la atmósfera planetaria. Como la humareda densa que levantó el choque del meteorito exterminador de las estirpes milenarias de los dinosaurios.
En medio de la hecatombe Donald Trump lanza al espacio digital su solución de urgencia. Arrojar toneladas de agua para matar a la bestia que devora insaciable la obra medieval. Los expertos en la lucha contra las llamas no tardan en poner al Presidente USA frente al espejo de su ignorancia. Lo grave de Trump no es que aconseje sobre lo que no sabe. Lo grave de Trump es que desconoce todo lo que se trae entre manos y, en justa correspondencia, se dedica a apagar con gasolina los focos ígneos que van surgiendo, cuando no es él quien los crea, a lo ancho del planeta. El tiburón financiero solo sabe cómo se amasan fortunas y que el mundo solo puede progresar aplastando a los miserables, ahogándolos bajo los ríos de caudales turbios que tiñen sus propios tuits.
Nosotros estamos ahora en plena campaña electoral. También las corrientes extremistas del odio parecen amenazar la estabilidad política que el bipartidismo nos había venido procurando desde nuestro último debut en el escenario democrático. Viendo arder Nôtre Dame no es fácil desprenderse del temor a que cualquier chispa electoral provoque un incendio político imposible de controlar. Máxime con Trump como jefe mundial de los bomberos al mando de sus temibles aviones cisterna. Esperemos que la moderación, independientemente del reparto del voto, salga triunfante de las urnas. Tampoco nuestra democracia ha acabado de salir del horno y el bizcocho puede quemarse si echamos demasiada leña al fuego. La democracia es una obra en constante estado de mantenimiento y remodelación. Ojo con los sopletes.