Yolanda Vallejo - HOJA ROJA
Libertad de expresión
Porque la semana comenzó con el espectáculo de los Premios Ciudad de Barcelona y el polémico poema de Dolors Miquel
Que habíamos perdido el norte es algo que ya sabíamos desde hace tiempo; que también hemos perdido el sur –y el este y el oeste, además- es algo de lo que nos hemos enterado esta semana en la que, por si no teníamos bastante con lo que teníamos, nos hemos dedicado a colmar el vaso de los despropósitos con toda clase de tonterías, utilizando el método de saturación para ver hasta dónde somos capaces de aguantar sin perder, también, los modales. En fin, “cosas veredes” que decía Don Quijote. Porque la semana comenzó con el espectáculo de los Premios Ciudad de Barcelona y el polémico poema de Dolors Miquel –a la que ha venido Dios a ver, nunca mejor dicho- y ha terminado con el juicio a Rita Maestre por su participación en una protesta, hace cinco años, contra la capilla de la universidad Complutense. Dicho así, la verdad es que suena un poco marciano, un poco Berlanga o un poco Visconti, si lo prefieren.
Pero lo cierto es que tanto el asunto del poema como el de Rita –Maestre, no confundir con la otra-, han conseguido tocar una de las fibras más sensibles de esta mal cicatrizada sociedad en la que vivimos. Una sociedad hecha de retales de falsa progresía, de impostada madurez democrática, de hipócrita sensatez, y de modernos tan antiguos que harían rejuvenecer a sus padres. De todo lo que se ha dicho y se ha escrito esta semana, me quedo con una frase que tal vez explique de una manera mucho más certera todo este jaleo de sentidos y sensibilidades; según la reconocida poetisa catalana –tan reconocida que según ella misma ha recitado el mismo poema por toda Cataluña “y una vez en Madrid”- su poesía se basa en que “le ha perdido el miedo a la palabra”. Ahí lo tienen. Tan fácil como eso; aunque usted no lo crea, el problema está en haber perdido el miedo a las palabras. Y a eso lo llamamos “libertad de expresión”. La consigna mágica del todo vale. Y no, mire usted, resulta que no todo vale.
Los que estudiamos Filología en Cádiz en los años ochenta y noventa, tuvimos la oportunidad de conocer a Valerio Báez, -nunca pensé que lo citaría tantas veces- catedrático de Lengua que desde un histrionismo exagerado nos enseñaba Semántica repitiendo hasta la saciedad cosas como “la palabra perro no muerde”. Y efectivamente, la palabra en sí no muerde, pero lo que representa la palabra –que al fin y al cabo es lo que dota de sentido al término- puede atizarte un bocado en cualquier momento. No se pueden separar significado y significante. Y eso es lo que hemos hecho, separarlos para siempre y devaluar tanto la palabra que el “donde dije digo, digo Diego” se ha convertido en el título preliminar de la ley de esta selva de disparates por la que nos movemos a tientas.
Verá. A mí el poema de Dolors Miquel no me despeina como a la alcaldesa Ada Colau, ni siquiera me ofende como al líder del PP Alberto Fernández Díaz. Tal vez porque me parece un poema malísimo desde el punto de vista literario y tal vez porque considero que es muy antiguo –muy antiguo, insisto- ponerse a recitar poemas en un acto de entrega de premios. Y además, si el tema hiere sensibilidades –sean del tipo que sean-, peor me parece. Porque por mucho que ahora quieran decir que la poesía debe ser provocación y esas cosas, lo cierto es que siempre usamos distintas varas de medir para todo. Es lo que tiene haber visto muchas películas de los hermanos Marx, que lo de “si no le gustan estos principios, tengo otros” es una máxima para la mayor parte de nuestros líderes políticos. Lo que para unos era escrache hasta hace muy poco, ahora se ha convertido en “ataque político y persecución al gobierno”, porque en el fondo, cada uno cuenta la feria según le va.
Y a la pobre Rita –Maestre, no confundir con la otra- la feria le va regular. Tan regular que ha terminado declarando más o menos que pasaba por allí, que “no tenía previsto acudir” a la protesta contra la capilla en la Complutense, y que, además…no son más que cosas de la edad. Que corear lo del Papa y las almejas no era para tanto, que solo estuvieron en la capilla lo que dura un popurrí, que no recuerda que se dijeran otras consignas, que no increparon a nadie, que un torso desnudo no es una cosa ofensiva –hombre, depende del torso- y que por supuesto, ya le ha pedido disculpas –si no hay ofensa, ¿para qué pide disculpas?- al Arzobispo quien también “lo aceptó como una cosa de juventud” Total, que las palabras no tienen valor y además, si en algún momento dado, alguien se ofende, se apela a la creatividad poética, a las nuevas maneras de hacer política o la juventud y listo.
Se me ocurren unas cuantas maldades -igual que a usted, no lo niegue-, pero me educaron en el respeto a la palabra y, por supuesto, en la firme creencia de que la libertad de expresión es un derecho fundamental de las personas que nos posibilita la libre difusión y el intercambio de las ideas, no la barra libre de insultos, ofensas y despropósitos, vengan de donde vengan y vayan hacia quien vayan. Lo mismo estoy equivocada, ¡quién sabe!