Yolanda Vallejo

Lecturas de verano

Hay libros que son de vacaciones, puramente estacionales, sin más pretensiones que las de sobrevivir a la canícula estival

Los que me conocen bien saben que llevo dentro de mí a una gran estadista. Me pierden las estadísticas, lo siento. Y como le ocurre a Antonio de María, tengo una tendencia casi perversa a cifrarlo todo, y a darle un tratamiento porcentual al mundo que me rodea, sean los yogures que se comen mis hijos al mes, o sean las ganancias que le presupongo a mi dentista en función de cómo esté la sala de espera; ya ve, tan de letras como me creo, y tan de cifras como me comporto. Por eso me fascinan los informes del CIS, y no tanto por el fondo, sino por la forma. Eso de saber, por ejemplo, que uno de cada cuatro españoles apura el tubo de dentífrico hasta el final, mientras uno de casa seis lo desperdicia estrujándolo por el centro, me parece vital para entender cómo somos los españoles, tan malgastadores de harina como aprovechadores de afrecho, que diría mi abuela. Tan contradictorios, que somos capaces de mostrar nuestro más absoluto pesimismo ante la situación socio-política actual, y al mismo tiempo confesar que somos los seres más felices del planeta y de las redes sociales. Me encantan las contradicciones tanto como las estadísticas, no en vano, son la versión más perfecta de esa dicotomía entre la realidad y el deseo en la que nos desenvolvemos con total naturalidad.

Así que comprenderá usted que el último informe del Centro de Investigaciones Sociológicas me haya acompañado durante toda la semana y me haya estado mirando en él como si se tratara del retrato de Dorian Grey. Dice mucho el informe de cómo somos, y de cómo gestionamos nuestro ocio: la mayor parte del tiempo en bares, en parques o centros comerciales, y casi nada en museos, cines o bibliotecas. Normal, por otra parte. Tal y como está el patio, mejor olvidar lo que somos en los bares que recordar lo que fuimos en las salas de una pinacoteca, ¿no le parece? En fin. Que del informe se aprende mucho, y se sacan muchas más conclusiones de las que a simple vista nos dicen los números.

Verá, un cuarenta por ciento de los encuestados -más o menos la mitad- confesó no haber leído un libro en lo que va de año, -siempre está la cuota pedante que dice haberse leído más de una docena a la vez, pero bueno- y aunque por naturaleza tiende uno a escandalizarse de la cifra, con un ¡por Dios, qué poco se lee en España!, al final termina encontrándole la justificación. La mayoría de nosotros deja para el verano esas lecturas que durante todo el año le fueron recomendando, le regalaron, le llamaron la atención en un escaparate… y es solo en vacaciones cuando encuentra el momento idóneo para meterle mano al libro. Tal vez eso pudiera explicar la estadística. Pero a mí no me convence; ni a usted tampoco, que lo sé yo.

Hay lecturas que son de verano, puramente estacionales, sin más pretensiones que las de sobrevivir a la canícula estival. Libros de usar y tirar que solo quedarán en nuestra memoria asociados a una fecha. El año de los Stieg Larsson -nunca pude con la niñata modo Ikea- o el año de las sombras de Grey marcaron el calendario de mucha gente. Las editoriales lo saben, los autores lo saben y lo saben los lectores. Por eso me extrañaba mucho que a la fecha en la que estamos no hubiera salido ya el tocho de rigor para acompañar la impedimenta playera.

Y es ahí donde el CIS me dio la pista. ¿Quién va a leer un libro en este país teniendo el espectáculo servido? Porque si de lo que se trata es de evadirse con historias y personajes increíbles y fantásticos, no hace falta más que abrir los periódicos cada día. De cualquier noticia puede uno hacer una novela de intriga, de extraterrestres, picaresca, policíaca… hasta novela romántica ¿a quién le regalaba flores el exgerente de Cadiz Conecta, «díme quién era» -no era cada nueve de noviembre, pero bueno- Ay!!!! La realidad, que siempre supera a la ficción.

Piénselo. Lo mismo el próximo best-seller se está larvando delante de nuestros propios ojos y aún no nos hemos dado cuenta. ¿O es que no tiene una novela el alcalde celebrando el final del ramadán con la comunidad islámica de nuestra ciudad? Y no es que me parezca mal, evidentemente; me parece una estridencia teniendo en cuenta que el alcalde de todos no suele comportarse con todos de la misma manera. ¿O no tiene una novela la propuesta de sanción de la Comisión Antiviolencia a nuestro alcalde -again- por el altercado con un aficionado expulsado en el Carranza? ¿Y las andanzas -legales, puede, pero nunca morales- de la tarjeta del Cádiz Conecta? ¿Y la ministra Báñez mandando un mensaje de tranquilidad laboral -otra vez con los cien mil puestos de trabajo- a la ciudad con más paro del país? ¿Y los líos burocráticos de la Gran Regata? Eso por no hablar del gran novelón del gobierno del país sin gobierno, los pactos, las intrigas, los buenos, los malos… un auténtico thriller, que ni siquiera interesa a los encuestados del CIS.

¡Así quién se va a leer un libro este verano! ¿Ve cómo todo tiene una explicación? Lo que no tiene es remedio…

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