Ignacio Moreno Bustamante

Lecciones, las justas

Casi dos años después de haber llegado al poder, apenas quedan caretas que quitar

Ignacio Moreno Bustamante

Estos simpáticos muchachos de Podemos se empiezan a poner pesados ya. Casi dos años después de haber llegado al poder, apenas quedan caretas que quitar. En el día a día de la política municipal todos sabemos quién es cada cual. Por un lado, en la cúspide de la pirámide, está el excelentísimo alcalde de la Trimilenaria ciudad de Cádiz. Él es el superintendente Vicente. Sólo está para los grandes temas. O las grandes cadenas de televisión, llámese Cuatro o La Sexta. Que si Jordi Évole, que si Ana Pastor. Utilizando el Ayuntamiento de Cádiz como trampolín para lanzar sus proclamas políticas sobre fronteras abiertas, tendencias sexuales de cada cual, energías limpias como la patena, anticapitalismo u hombres de paz que un día pertenecieron a ETA, pero ya no.

En el segundo escalón de la pirámide están sus concejales. A cada cual más pintoresco. Desde el que dijo que si no vendía el hotel del estadio antes de las doce campanadas de fin de año él mismo cogería las de Villadiego porque sería un pésimo gestor –ahí sigue el buen hombre– a la concejala que dejó escapar 15 millones de los fondos europeos –ahí sigue la buena mujer– a la concejala de Cultura que no ha leído un libro en su vida –ahí sigue también ella– o el exconcejal de Fiestas al que quitaron de enmedio en verano por inepto –¿sigue ahí? Adrián Martínez de Pinillos, ¿recuerdan? Hace tiempo que no sabemos de él–.

Pasamos al tercer escalón y nos topamos con los asesores. Liderados por el inefable José Vicente Barcia, son legión y se mueven por San Juan de Dios como Pedro por su casa. Ríase usted del sheriff del pueblo. Tienen perfectamente controlado quién entra, quién sale. Si es de la oposición o afín a ellos. Y si hablamos de periodistas, ya ni les cuento. Dignos de estudio. En serio. No se han visto en otra y difícilmente se verán cuando esta coyuntura llegue a su fin.

Y abajo del todo, en la base piramidal, la ‘gente’. Sus incondicionales. Estos también se mueven como pez en el agua, aunque no por las instalaciones municipales, sino en las redes sociales. ¿Qué sería de ellos sin Facebook y Twitter? ¿Quién les iba a escuchar en la barra del bar cuando sueltan sus proclamas salvadoras del mundo? Están deseando leer una información que no les baile el agua para poner como los trapos al medio que la publica. O al periodista. Disfrutan metiéndose en charcos, gritando, insultando, faltando al respeto. Cuestión de educación.

Y todos ellos, desde el último jovenzuelo con camiseta verde y un móvil al excelentísimo alcalde, tienen una cosa en común. O muchas, pero una que destaca sobre las demás: su afán por pontificar, por ilustrarnos con su moralina barata, por decirnos qué está bien y qué está mal. Y ya digo, aburren. Es su momento. Que hagan política. Si saben. Y lecciones, las justas.

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