Kichi se lleva mal con el ejemplo
Desde el inicio de su mandato ha renunciado a su innegociable deber de representar en cada momento a todos los gaditanos
![Kichi se lleva mal con el ejemplo](https://s2.abcstatics.com/media/opinion/2021/04/08/v/kichi-terra-kupE--1248x698@abc.jpg)
José María González Santos, ‘Kichi’, renunció desde la llegada a la Alcaldía de Cádiz, en verano de 2015, a la obligación de todo cargo público de dar ejemplo. Venía de ser un activista que había protagonizado algunos episodios bochornosos (ahí están «la visita con dinamita», ... la quema de juanillos o el remedo de ‘Caiga quien caiga’ en los archivos) pero asumibles para alguien que había convertido la protesta faltona en su medio de expresión política. A un representante institucional no se le pueden tolerar esos comportamientos y aunque nunca ha llegado tan lejos -sólo faltaría– sí que ha renunciado a mostrar una imagen templada, equilibrada. Su presencia en desahucios, su protagonismo demagogo en redes sociales o las poses ideológicas lo demuestran. Incluso llegó a convertir la compra de un traje y una corbata en un acontecimiento publicitado, como si tuviera la menor importancia. Siempre prefirió parecer «uno de nosotros» para una parte de los vecinos que «el primero de nosotros» para la totalidad de los residentes en Cádiz. Su afán por parecer un chaval de la tierra, al que casi todo el mundo conoce directa o indirectamente de algo, que salió en Carnaval, que no es político profesional (aunque ahora no descarta aferrarse al cargo en contra de su promesa) y su cacareada modesta residencia forman parte de la imagen construida por su entorno. Esa fábula, diseñada con simpleza por un grupo de asesores llegados de más allá del Guadalete y colocados por su partido para custodiar y fiscalizar al amado líder a cambio de generosas remuneraciones, no incluye el ejemplo. No lo necesita. Se basa en la propaganda, en donaciones anunciadas como si fueran estrenos cinematográficos y en reiteradas escenas de normalidad forzada. Pero todo, en exceso, resulta perjudicial. Su afán de aparentar una vida común, siempre rodeado de fieles, le ha llevado a violar dos veces las normas de prevención contra la pandemia. Tanto en el apartado de máximo número de personas en un grupo como en el del uso de la mascarilla, le han cogido en sendos renuncios en apenas tres meses. En el primero, ni se dignó admitirlo y pedir disculpas. En el segundo, el más reciente, sí que ha mostrado cierto arrepentimiento. En cualquier caso, falta por resolver la cuestión esencial: si está dispuesto a asumir la obligación del ejemplo y abandonar la política de poses infantiloides a la que se ha abonado hasta ahora.