Julio Malo
Volverás a Brasil
Volveré a Sampa, ya lo creo, abrazaré a mis nietos y jugaré con ellos en el Parque de Ibirapuera, beberemos agua de coco antes de visitar el Museo Afro Brasil
-k00F--1248x698@abc.jpg)
Hace un par de años que no viajo a Brasil. Visitar a mi hija y a nuestra familia brasileira me ha venido brindando, durante mucho tiempo, la oportunidad de disfrutar el bello país que habitan. Un desgarro impuesto por las zozobras y barreras a consecuencia ... de la pandemia. Hace poco comentaba con un amigo que la tragedia sanitaria ha cerrado de nuevo las fronteras y ha ensanchado los océanos . Recuerdo una melancólica canción de Pablo Milanés: «Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada». Volveré a Brasil ya lo creo, y seguiré intentando conocer ese mundo tan vasto del cual escribía Stefan Zwing: «He pasado medio año en Brasil, y solo ahora sé que, a pesar de mi diligencia en aprender, no puedo decir todavía que lo conozco». Yo también he aprendido que una vida entera no bastaría para conocerlo. No puedo describir tan dilatado territorio articulado en su propia diversidad; el Sertón de los cangaçeiros, la frondosidad de la selva amazónica habitada por esos pueblos en los cuales sobrevive el comunismo primitivo del que habló Marx, y las altas construcciones de lujo en sus grandes ciudades, entre mareas de favelas. En ese mundo, entre la Teología de la Liberación y la rudeza de militares golpistas, se levanta a partir de los años cuarenta una arquitectura de extraordinaria calidad.
Hace años aconsejé a mi hija arquitecta un periodo de formación para conocer la «arquitectura moderna paulista». En Sao Paulo se puede encontrar una densidad de calidad arquitectónica más elevada que en ningún otro lugar del mundo. Quien visite Paris, Londres, Viena o Praga encontrará decena de edificios auténticamente modernos, en la metrópoli sudamericana podemos citar centenares de ellos. Volveré a Sampa, ya lo creo, abrazaré a mis nietos y jugaré con ellos en el Parque de Ibirapuera, beberemos agua de coco antes de visitar el Museo Afro Brasil, proyectado por Oscar Niemeyer en 1959, o el Auditorio de este arquitecto universal que tras un penoso exilio europeo regresa a su país donde murió aún trabajando poco antes de cumplir 105 años. Pasearé de nuevo la Avenida Paulista que se peatonaliza los fines de semana y ¿cómo no? visitaremos el “Maspi” de Lina Bo Bardi, heroína del espacio, cuya obra en Brasil se divulgó el año pasado a través de la exposición organizada por la Fundación Juan March de Madrid, “Tupí or not tupí”. Sorprende cómo levitan las obras de la colección del museo paulista, gracias a los ingeniosos caballetes de Lina, vidrios sujetos por dados de hormigón.
Volveré a tomar té en Terraço Italia para disfrutar el skyline de la metrópoli, muy cerca del Copan, unidad de habitación al modo de Le Corbusier, proyectada por Niemeyer en 1954 para celebrar el cuarto centenario de Sao Paulo. Reservaré de nuevo una mañana para visitar la Casa de Vidrio, residencia del matrimonio Bardi, una de esas viviendas que todo arquitecto debe conocer para entender los principios del Movimiento Moderno. Tendré que volver a la Facultad de Arquitectura de Artigas (1971) para confirmar lo que sostiene Lola Alonso, «los arquitectos de la actual vanguardia europea van a Brasil para copiar». Y claro, también volveré a Rio, por supuesto en un vuelo que aterrice en el aeropuerto Santos Dumont , en el corazón de la ciudad, es una delicia contemplar las bicicletas casi al mismo ritmo en que se toma tierra, para pasear pronto sobre los mosaicos de Burle Marx salpicados por la arena de Copacabana.