Otto Wagner
Los muchachos de mi generación nos sacudíamos las telarañas de un país mediante frecuentes escapadas a Londres y París
Los muchachos de mi generación nos sacudíamos las telarañas de un país, aún inexplicablemente gris en los sesenta, mediante frecuentes escapadas a Londres y París , que generaciones anteriores no pudieron disfrutar tan fácilmente. Si Londres nos regalaba la música y los vivos colores ... matizados por la luz del norte, Parísnos ofrecía sugestivas exposiciones en monumentales espacios. Ahora paseamos cabelleras blancas por las librerías de viejo londinenses y desde luego, como a Rick y a Ilsa siempre nos quedará París. La Cité de l’Architecture et du Patrimoine presenta, en su sede de Palais Chaillot, desde el 13 de noviembre y hasta el próximo 16 de marzo, una primorosa exposición sobre el arquitecto vienés Otto Wagner (1841-1918), uno de los principales autores del cambio de centuria, maestro del eclecticismo propio de su época que precede a la revolución moderna. Cualquier arquitecto formado durante mis tiempos en la Escuela de Madrid conoce bien la obra de este autor que explicaba con devoción el catedrático Fernando Chueca Goitia, profesor muy querido que nos dejó ya nonagenario, el 30 de octubre de 2004, justo el día que iba a presidir un acto organizado por los Colegios de Arquitectos para homenajear a los profesionales que como él fueron represaliados a consecuencia del desenlace de nuestra guerra civil.
La obra de Otto Wagner simboliza Viena de la misma manera que la de Antoni Gaudí representa Barcelona. Se trata además de dos de los nombres más conocidos de esa etapa final del eclecticismo, que por lo general se conoce equívocamente como “modernismo”, una serie de movimientos estilísticos que sin abandonar la lógica tradicional de la arquitectura parecen innovar las construcciones mediante artificios ornamentales ajenos al historicismo más común entre otros tipos de movimientos eclécticos. Wagner estudió en Berlín y desde muy joven se afana en la renovación de su ciudad, ya en tiempos de decadencia. Tal vez el proyecto más ambicioso de su carrera fue el rediseño del tren urbano y de cercanías, hoy convertido en metro, y cuyas más relevantes estaciones, Hietzing y Karlsplatz, no solo representan iconos de la ciudad sino del propio movimiento Jugendstil, al que se incorporan también sus discípulos Josef Hoffman, Josef Olbrich y Adolf Loss, con quienes constituye el grupo conocido como “Secession”, o secesión vienesa, por sus disidencias con los modos clasicistas preconizados por la Academia de Bellas Artes, de la cual él mismo fue profesor desde 1894. Autor de un plan de ordenación para el conjunto de Viena, su obra más valorada es una pequeña pieza, la caja Postal de Ahorros (1903-1906) cuyo diseño funcional sí preludia de alguna manera la auténtica modernidad que le sucedería.
Los organizadores proclaman que se trata de la primera muestra que París dedica a Wagner, sin embargo recuerdo una magnífica exposición en el Centro Pompidou, hace más de treinta años, que reproducía a escala natural, tanto una de las estaciones de metro, como el interior de la Caja Postal, aunque la exhibición se dedicaba también a sus compañeros del grupo “Secession” y al período posterior, conocido como “Viena la Roja”, durante el cual se levantan edificios propios ya del Movimiento Moderno, como la Karl Marx Hof. Entre los muchos retratos que ahora se enseñan destaca un óleo de 1917, de Friedrich von Radler, en el que se distingue un símbolo francmasón, lo cual unido a la sobriedad de la pintura revela la pertenencia de Wagner a una Logia, principio filantrópico que le distingue del fervoroso católico Gaudí.