Oiza de nuevo
Cuando en 1993 se le concedió el premio Príncipe de Asturias de las Artes, confesó a la prensa no merecerlo
Hace algún tiempo, el catedrático de la Universidad Politécnica de Cataluña Josep Quetglas , especialista en historia de arquitectura contemporánea, justificaba su dedicación a Le Corbusier porque sin conocer a este autor no puede entenderse el Movimiento Moderno; ahora muchos pensamos que sin conocer ... la obra y el pensamiento de Francisco Javier Sáenz de Oiza no se podría explicar la arquitectura española de la segunda mitad del siglo XX, ni la recuperación de la vanguardia moderna, truncada tras el desenlace de la guerra civil. Por otra parte, nada que ver el rigor calvinista del maestro suizo, con la alegría poética del arquitecto navarro criado en Sevilla quien, tras graduarse en Madrid, conoce con fervor la obra de Frank Lloyd Wright . En la España gris de la posguerra, donde las escuelas de arquitectura solo enseñaban a proyectar según el canon de los órdenes clásicos, solo se podía conocer la arquitectura moderna viajando más allá de sus cerradas fronteras; privilegio al que muy pocos estudiantes o profesionales del interior les era permitido. Oiza regresó a España en 1949, después de dos años en Estados Unidos; sin saber inglés, a través de una difícil beca y gracias al dinero de su familia, recorrió todo el país, conoció sus ciudades y sus gentes, y dibujó los edificios de los maestros modernos. Tan deslumbrado volvió que decía que Navarra era la Edad Media.
Cuando en 1993 se le concedió el premio Príncipe de Asturias de las Artes , confesó a la prensa no merecerlo: “Soy muy mal arquitecto, no saben ustedes cuánto me cuesta hacer las cosas”. La frase resultaba ingeniosa como era habitual en él, más aún que gran arquitecto fue magistral conversador. Ahora el Museo ICO recupera la figura del maestro, en el marco del Madrid Design Festival 2020, con la exposición “ Sáenz de Oiza. Artes y Oficios ”. Un conjunto de cuatrocientas piezas describe la faceta más íntima del arquitecto. Desde los recuerdos de su pueblo navarro, a su viaje de estudios en Norteamérica; contaba ya mayor, que realmente tenía quinientos años, dibujando las letrinas de madera adosadas al muro de piedra de su casa natal. Los planos y fotografías de sus casas muestran sus reflexiones sobre las distintas formas de habitar, desde sus viviendas sociales en el Madrid de los años cincuenta, hasta su proyecto más emblemático: Torres Blancas, apilamiento de casas con jardín, que representa un símbolo de la arquitectura contemporánea española.
La Basílica de Aránzazu, con Eduardo Chillida, Jorge Oteiza y Lucio Muñoz es una de sus obras más emocionantes, durante su construcción conoció a Maria Felisa con la que casó. La Torre Castellana, edificada para el Banco de Bilbao en 1971, declarada Bien de Interés Cultural es otro de los hitos que aporta Oiza a la modernidad. La exposición dedica un espacio al mecenazgo de Juan Huarte que hizo posible Torres Blancas y la Ciudad Blanca de Alcudia; en medio de una relación compleja a través de la cual Oiza volaba más alto que su mecenas. En el último tramo de su carrera, aparecen obras como Torre Triana en Sevilla o el Palacio de Festivales de Cantabria, rechazadas por la crítica mas rigurosa a causa de sus concesiones a la tendencia postmoderna. La dudosa calidad de estas últimas piezas no puede empañar su impecable trayectoria desde los años 40 a los 70, por más que él mismo dijera: “Pido perdón a la sociedad que me ha encargado obras que están llenas de goteras y defectos”.
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