Joan Margarit
Las cosas realmente importantes suelen ocurrir por casualidad
Recuerdo un noctámbulo resopón en una de esas casas de comidas que solo se encuentran en los barrios más antiguos de Barcelona, una ciudad vieja atrapa, sorprende y hasta engaña. Con los poetas Joan Margarit y Pere Rovira, el saxofonista Perico Sambeat y otros cronopios ... cuyos nombres ya he olvidado, fue tras un concierto del grupo “Paraula de Jazz” a finales de los años noventa. “Trist el qui mai no ha perdut per amor una casa”. (Triste quien no ha perdido por amor una casa), había desgranado la voz grave de Joan tras las notas mágicas de Perico, pero ya en el penumbroso habitáculo, entre aromas de tabaco, alcohol y camaradería, no se habló más de poesía ni de música. Del conflicto catalán que ahora tensa, se debatía entonces de manera relajada. Eran tiempos en los cuales Aznar contaba que hablaba catalán en la intimidad, y de hecho escenificaba un cierto idilio con Pujol que, al programa televisivo “Los muñecos del guiñol”, servía para montar geniales gags. A Pere se le ocurrió plantear la incorporación de toda España a la República Francesa, solución muy celebrada, aunque alguno sugirió exceptuar a Galicia para que pudiera unirse a la República Portuguesa, un escenario diferente al deseado por Fernando Pessoa cuando anhelaba la unidad Ibérica sin contar con Cataluña. Ahora que Joan Margarit es premio Cervantes dice: ”A los viejos que nacimos durante la guerra este país nos da miedo”.
Había conocido a Joan Margarit poco tiempo antes, las cosas realmente importantes suelen ocurrir por casualidad. Se me encomendó recogerle en el aeropuerto de Sevilla, con motivo de un encuentro de arquitectos que escriben poesía, al que también asistían Quim Espanyol y Gaspar Jaén. Le acompañé a la gran nave donde el poeta sevillano Abelardo Linares conserva los volúmenes adquiridos en la vieja librería española de Brooklyn. Allí compró varias ediciones antiguas de Pablo Neruda, luego nos hermanó recitar al alimón versos del poeta chileno; confesó devoción por sus poemas épicos como las “Odas a Stalingrado”, y me comentó que por ellas la ciudad del Volga debiera conservar su viejo nombre. Tal vez por eso al dedicarme la antología de su obra “Cien poemas”, de La Veleta, Granada 1997, escribió “Ojalá, Julio, algunos de estos poemas fuesen para ti, un poco, solo un poco, como un canto de amor a Stalingrado”.
El pasado mes de noviembre, José Guirao, entonces Ministro de Cultura, anunció el fallo del jurado que concedía a Joan Margarit el Premio Cervantes 2019; sorprende que la prensa aclarase que se trataba de un poeta catalán que también escribía en castellano; él me había contado que siempre versificaba en su lengua materna, si bien con frecuencia redactaba la traducción de sus propios poemas. En una entrevista concedida a ABC con motivo del galardón proclamaba que tenía dos lenguas, pues “el general Franco me metió una dentro a patadas”; por eso se desenvuelve en las dos y no piensa devolverle una de ellas a aquel señor. Fue catedrático de cálculo de estructuras muy joven, antes de la funcionarización de la universidad que deploraba y le indujo a pedir jubilación anticipada. Me decía que el estudio y la práctica de una especialidad más matemática no distraía su profunda vocación poética. En cierta ocasión le pregunté qué distinguía a la poesía de los restantes géneros literarios, contestó: la concisión, cuando en un texto no sobra nada, porque si suprimieras una sola palabra no se entendería, entonces es poesía.