Àvia Josefina
Recordar ahora a Josefina Corominas embruja los sueños de sus nietos con quienes tuve la fortuna de compartirla
Recordar ahora a Josefina Corominas embruja los sueños de sus nietos con quienes tuve la fortuna de compartirla. Sus fotografías de juventud parecen revelar una modelo de Rafael de Penagos (1889-1954); ese tipo de mujer moderna que practica deportes, se ... interesa por las artes y la cultura, y viste con estilizada sencillez. El recuerdo de su edad madura conserva el porte de las fotos antiguas, resaltado entonces por la elegancia de un fino cuello de pálida piel, y por el cabello blanco de algodón muy recogido, de manera que mantenía una imagen al modo de los años veinte. A escribir sobre ella me anima uno de mis lectores más críticos que prefiere precisamente mis textos en torno a historias familiares. En su más conocido relato amoroso, un Borges que no prodigaba ese género, aclara que su texto es fiel a la realidad o a su recuerdo, lo cual "viene a ser lo mismo"; yo seré fiel a las historias que ella contaba tal como las recuerdo, había vivido abundantes peripecias y era una excelente narradora, una abuela como ésa que reivindican las canciones infantiles de María Elena Walsh. Era guixolenca, de Sant Feliu de Guíxols en la Costa Brava del Ampurdán, supimos de sus treinta y dos apellidos catalanes, algo poco frecuente según explica Joan Margarit, pues Cataluña acoge ya una fuerte inmigración desde el sur de Francia durante el XVIII, amaba su lengua vernácula, ahora pienso que le hubiese gustado recitar algún verso de Margarit: “una forma d’amor, la llibertat”.
Casó muy joven con un apuesto oficial de caballería cuyo destino militar los llevó a vivir en Tetuán varios años. No conocí al abuelo militar, pero si sus excelentes fotografías, dibujos y pinturas. La guerra civil truncó su carrera; participa en la sublevación militar de 1936, se desplaza a Valladolid donde contribuye al triunfo del pronunciamiento y muere en combate al mando de una columna que atacaba Madrid desde el norte. Mi abuela y mamá son rescatadas de un Madrid asediado y bombardeado por el Casal Català; en Barcelona acuden a casa de su hermana, pero el cuñado, un reputado médico, le dice: “una sola noche Josefina, estamos en bandos contrarios”. Parten a Francia y desde allí a Logroño donde les espera otra hermana, Anita también viuda de guerra, desde entonces ambas viven en una finca familiar de La Rioja mientras mi madre quedó interna en el colegio de monjitas del Sagrado Corazón de Pamplona.
Mujer culta y muy religiosa, profesaba sólidas convicciones católicas que solo he visto en pocas personas, sintiendo la fe como código ético y vivencia espiritual intensa, ajena a los rituales barrocos, en especial a la Semana Santa andaluza que calificaba de irreverente. El historiador Manuel Tuñón de Lara (1915-1997) sostiene que solo en Cataluña y en Euskadi se puede hablar de auténtico sentimiento católico, cuestión en la que abunda Ramón Chao en su libro “Après Franco: l’Espagne” (1975) para explicar que la democracia cristiana no obtendría aquí la implantación que tuvo en Italia y Alemania. Un detalle caracterizaba la religiosidad de àvia Josefina, no consentía que en su presencia se hablara mal de nadie, advirtiendo que si es mentira resulta calumnia y de lo contrario difamación, “el peor de los pecados”. Más que sus enseñanzas religiosas debo agradecer que me introdujera en las lecturas de Guillermo Brown, el único anarquista triunfante que los tiempos han consentido. Por ella mantengo una saludable rebeldía contra la abrasadora punzada del tiempo.
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