OPINIÓN

El juego de la gallina

PSOE y Unidas Podemos se dirigen irremisiblemente el uno contra la otra en una alocada carrera

Antonio Papell

 En la teoría de juegos, de gran utilidad para analizar y entender las conductas humanas, el juego del gallina (Chicken game) es un clásico. En su acepción primaria, que llega de los Etados Unidos, es una competición de automovilismo o motociclismo entre adolescentes en ... que dos participantes conducen sendos vehículos en direcciones enfrentadas; el primero que se desvía de la trayectoria de choque pierde y es humillado por comportarse como un gallina. El juego se basa en la idea de crear presión psicológica hasta que uno de los participantes se echa atrás y se rinde. Evidentemente, el modelo ha sido exprimido por psicólogos y sociólogos para ser utilizado como referente en la vida diaria. Lo explicaba Rafael Conthe así en un artículo ya algo lejano en el tiempo: «Imaginemos un conflicto entre dos personas o instituciones. Si ninguna de ellas cede, se producirá un accidente, tragedia o desgracia, en la que ambos saldrán malparados (en casos extremos, muertos). Lo mejor para cada una de ellas es mantenerse firme y que la otra ceda: de esa forma se evitará la desgracia colectiva y quien se haya mantenido firme podrá sentirse satisfecho por haber ganado el pulso». El peligroso juego ha dejado huella inmortal en historia del cine, aunque en la versión de dos automóviles lanzados en paralelo hacia el acantilado. Quien saltaba primero del vehículo en marcha era el gallina y perdía la prueba. Fue en 'Rebelde sin causa', la célebre película de James Dean de 1955.

Explica William Poundstone en el célebre ensayo 'El dilema del Prisionero' que en 1959 el filósofo británico Bertrand Russell utilizó el ejemplo del juego del gallina para describir la confrontación entre las dos potencias nucleares (en la versión de Russell, los coches rivales se dirigen una contra otro y quien cede -y pierde- es el primero que da un volantazo para evitar el choque frontal). La crisis de los misiles de octubre de 1962 en Cuba fue un ensayo general de dicho juego, en que a punto estuvimos todos de caer víctimas de la catástrofe. Finalmente, fue Kennedy quien torció el brazo a Kruschev, aunque este no se fue del todo de vacío: consiguió la retirada de algunos misiles en Turquía.

Ahora, los ciudadanos tenemos la sensación de asistir a otra pugna similar: PSOE y Unidas Podemos se dirigen irremisiblemente el uno contra la otra en una alocada carrera que, según todos los indicios, terminará en colisión frontal. Bien es verdad que no habrá muertos ni heridos, no es una confrontación propiamente física aunque también están en juego valores materiales -junto al prurito político están los intereses de toda índole que dependen del resultado de la confrontación-, pero tampoco estamos en presencia de un ejercicio totalmente inocuo: habrá considerables pérdidas materiales y humanas. Porque este país se acerca a los cuatro años de inestabilidad durante los cuales ha ido prosperando relativamente gracias a la inercia económica global poscrisis que nos arrastraba, y las evidencias de que este periodo de bonanza ha concluido deberían alertarnos y ponernos en disposición de negociar y de ceder. De pactar el abandono simultáneo de los vehículos que corren uno contra otro en rumbo de colisión, de dejar ya el juego de exhibición y reconducir la política al territorio de la reflexión y la búsqueda del consenso. A fin de cuentas, la democracia ofrece por definición las mejores herramientas para resolver conflictos, y deberíamos utilizarlas sin demora para conseguir entre todos la estabilidad necesaria para abrir un nuevo periodo de renovación, modernización y puesta a punto. Tras una década materialmente perdida.

El dilema está claro: o cede el PSOE en la exigencia de coalición que plantea UP, o cede Iglesias en la propuesta de pacto de gobierno (que podría dar paso, si todo va bien, a una coalición más adelante), o no cede ninguno y hay elecciones el 10 de noviembre . Una solución, las de las elecciones, que aplaza desesperadamente las respuestas a todas las preguntas y que no garantiza que vaya a resolverse el problema de gobernabilidad que tenemos abierto. Ya no es momento de debatir cuál de las dos soluciones que desbloquean el conflicto es la más atinada: lo que ahora deben cuestionarse los antagonistas es si realmente vale la pena y tiene sentido provocar obstinadamente la colisión.

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