José María Esteban
Y desperté
Nos encontrábamos en una prórroga de poder que no nos traía mejores esperanzas
Fue como si hubiera acabado una guerra, al menos para los que ahora vivos nunca la padecimos. Todo el mundo se lanzó a la calle con gritos de júbilo y repartiendo flores, abrazos y besos. Me recordó en muchos momentos la foto de ... Einsenstaedt, donde Carlos Muscarello, el marinero, besaba a Edith Shain, la enfermera, en agosto de 1945. Era casi como el gran día de la Patrona de todos los pueblos. Como hoy en Cádiz.
La alegría era inenarrable y ya no se recordaban los grandes cambios habidos ni las duras cuestas, no totalmente superadas, en los últimos periodos antes de la magnífica noticia. Por fin se declaraba oficialmente que la pandemia había desaparecido y entre incredulidades y grandes dudas la explosión de alegría se esparcía por el mundo con la misma velocidad casi como la que expandió el virus en los años 20, 21 y parte del 22.
La noticia era tan maravillosa, ya que suponía borrar todas las inquietudes que nos habían tenido presos en nuestros hogares y a nuestras sonrisas. No habíamos podido salir ni entrar de ellos con cierta naturalidad, desde hacía muchos meses, más de dos años y pico. Como si una lepra intransigente hubiera ocupado todas las calles de las ciudades del mundo. La pandemia ha supuesto la mayor reflexión sobre nuestra debilidad humana ocurrida desde el último conflicto mundial. La tristeza de vivir y la falta de relación natural estaban haciendo mella, no solo en la economía, sino quebrantando nuestra salud mental en unos límites que el tiempo dirá cuando se recuperará.
Se veía todo más luminoso. Lo que sí se recordaba era lo duramente pasado, donde casi todos los dirigentes temporales habían caído, no solo con el coronavirus, sino en las elecciones, por su incapacidad de consenso y encuentro . Nos encontrábamos en una prórroga de poder que no nos traía mejores esperanzas. Tampoco se recordaba como Europa había seguido compitiendo con los dineros aprobados entre el norte y el sur para repartir, aplicando los sempiternos controles de inercia y prejuicios, tanto en lo necesario, como en lo obligado por los daños acaecidos.
Como nos decía Mario Benedetti en su poemario: 'El olvido está lleno de memoria', la poesía nos recordaba, como la historia, la necesidad de saber ser consciente de lo pasado para tratar de no volver a repetirlo. Aunque creo que la memoria es el sostén de la vejez en muchos casos y perderla supone ya una muerte inexorablemente más cercana. Ese día revivíamos todos una juventud de esperanzas perdidas. Una parte de justicia social se recuperaba en lo sufrido por las personas que nos abandonaron por nuestra propia ineficiencia, al recordarlos. Aquel día venían a las mentes tantos temas, tantos machaqueos y tantas circunstancias difícilmente vividas, que obligadamente desaparecerían con la buena nueva, ya que el bicho nos había dejado completamente, o al menos así habían declarado. Era momento de celebrar y no de requerir respuestas a las grandes preguntas de por qué pasó y cómo se gestionó.
Nos veíamos enzarzados en gestos, itinerarios olvidados y acercamientos que ya se hicieron naturalmente inexistentes por prohibidos. Nunca pensábamos que podríamos volver a querernos de nuevo y demostrarlo con actitudes más cercanas . Las calles estaban a tope y las aperturas generales se celebraban como el que gana un mundial o una gran gesta.
En ese momento que volvía a releer a Benedetti, me desperté y vi que estaba sesteando y solo era un sueño deseado pero ineficaz en esos momentos. La pandemia aún sigue con nosotros y habrá que esperar para celebrarlo.
Salud y lo dicho como una continua moraleja, asegurémonos y aseguremos a los demás para que este sueño se convierta en realidad cuanto antes .