José María Esteban
Hay que recuperar la naturalidad
Lo que no vamos a ser es conscientes de lo fácil que es ir perdiendo esa naturalidad de relación por el miedo al contagio, incluso en las familia
Paseaba como solo, con la mirada a medio cubrir. Sabía que le conocía, pero no me atreví a páralo, saludarle y preguntar cómo estaba. No solo en una ocasión sino en varias me ha llegado la triste frustración de asumir que, si no se saluda, ... tampoco pasa nada. Eso me tiene preso en una desazón que marca unas distancias a las que no estoy, mejor dicho: no estamos acostumbrados.
Cuando el ser humano, que tanto luchó por tener una forma de compartir cortos o amplios tiempos en saludos de relación momentánea y preocupación por otros, empieza a no por hacerlo, mal vamos. Ha costado la misma vida humana ser eso, seres interesados en saber cómo están los demás. Trasladar pequeñas emociones y caricias suaves en las pieles envueltas por las ropas de los brazos u hombros, y abrazos para compartir la momentánea y feliz experiencia de la vida. Era parte de la naturalidad. Estos años, ya van dos y no estamos seguros si vendrán más letras, además de la molesta mascarilla, pronta a caer, se nos están yendo en una lenta indiferencia al tratarnos y vernos. La ridícula, aunque higiénica media cara, solo permite la mirada por las dos ventanitas, que nunca se entienden bien si no son acompañadas de una mueca, sonrisa, agradable ademan o sencillo giño del semblante. La cara tiene un valor completo por sus 20 músculos, que trabajan a la vez.
Las expresiones aprendidas después de tantas culturas para dar afecto, porque la ira nunca se desea, se han reducido en una semblanza incompleta. Las razones de existir se reducen en la relación natural de los encuentros por el ágora urbano. Las calles se desnutren en personas, parejas solas o pocos grupos. Solo nos saludamos si nos cruzamos cercanamente, o por el reconocimiento del pelo y la frente fruncida o ampliamente abierta. Con eso, tampoco hay una manera sensible, clara y directa de comunicarnos y sentir la respuesta como algo necesario.
Posiblemente sea la mascarilla lo que nos quedará clavado en la memoria, como un mal recuerdo de la época Covid. Quizás también se haga difícil olvidar el respirar propio inhalando un aire que siempre se nos dijo que, expulsado por la boca y nariz, era lo que no querían los pulmones. Lo que no vamos a ser es conscientes de lo fácil que es ir perdiendo esa naturalidad de relación por el miedo al contagio, incluso en las familias. Esa inquietud, fuertemente influida por el bicho y los medios, se nos clava en la mirada alentando el recelo de acercamiento al otro. Esta época, nunca antes tan mal vivida, porque ya casi no quedan los que sufrieron la guerra y eso sí que fue duro, ocupará una hornacina olvidable en nuestros recuerdos, como relatos de antiguos temores.
En muchos artículos del año pasado, me reiteré en elevar los ánimos y contar historias que fueran o no interesantes, trataban de animar a quienes las leyeran para continuar en el aliento y la esperanza de un cambio a mejor. No romperé esa línea, pero cuanto más avanzamos, salen nuevas resacas y parece que todo es un “continuará”, como en las películas de suspense. Cuando no, son las cifras del conteo, las incidencias que bajan lentamente y la siempre dudosa manera de explicar estos temas, que ya suenan como ajenos al entendimiento y embotan nuestras mentes. Esperemos que la relación con la naturalidad vuelva pronto. Los umbrales de cada uno no son iguales y se nota un lento y peligroso nerviosismo en algunos, que no conviene al común. Ánimos y esperemos que esta sea la última letra del alfabeto griego, aunque nunca lo fuera. Mañana nos devuelven la media cara al aire libre. Cuidaros.