José María Esteban

Patrimonio político

Cádiz, ciudad más que eterna, padece la difícil naturaleza de necesitar continuo acicalamiento por su lugar, edad y producción histórica

José María Esteban

La ciudad se alegraba al conocer que venían gratos momentos para sus hitos más representativos. El anuncio de un verdadero programa de actuación sobre los monumentos municipales, animaba a una esperanza que no se había forjado antes de estos siete años de gobierno local. Cádiz, ... ciudad más que eterna, padece la difícil naturaleza de necesitar continuo acicalamiento por su lugar, edad y producción histórica. La gobernanza parece que entiende que esto era muy importante y necesario, aunque tarde, con nuevos responsables.

Quien deambule por esta bellísima ciudad, como otras del entorno, puede encontrase con muchos ejemplos de cómo la desidia se ceba con su Patrimonio y legado cultural. Pasear por sus bellos parajes nos llena de regocijo, pero también se delatan sus faltas de cariño. La cercanía de un afable, luminoso y salino Atlántico la llena de doble luz.

A la vez la perfuma con aerosoles marinos que en su fragancia la conducen como elemento de cabeza, corazón y base más distintivo, hacia ese olor húmedo y de hierba animal a la vez. Pero en su naturaleza interior ese aire deposita los más dañinos cloruros sobre sus paredes, hierros y estructuras arquitectónicas.

Al defender que la piedra ostionera debe estar protegida y bien pintados los elementos compositivos de fachadas, balcones, carpinterías, cerrajerías y demás elementos de íntima y popular tradición, mucho hay de razón en lo que la persistente y perniciosa erosión aqueja debido a ese vapor de sales.

La dinámica de deterioro del tiempo, que se une a ese hálito de abandono y respeto por lo antiguo y moderno, mella su vigencia. Ejemplos a decenas, los recordamos de nuevo. San Juan de Dios enredada y avergonzada como veladura de olvido; la Catedral sin remate, con ese pecho sin mágica linterna que la culmine; jardines de jaramagos; murallas que pueden dar más sustos a los de dentro que a los de afuera; pavimentos de compleja navegación por aguas subterráneas en mil roturas, que nos salpican al pasar; un museo de retentiva en dichosos fondos para conservar y difundir, empequeñecidos por falta de desarrollo en su última fase; monumentos que se muestran incapaces de auto maquillarse para estar bellos y elegantes, erigidos para el delicado recuerdo de memorias cabales.

En fin, una amplia lista de herencia pública y privada, que apenas es capaz de solicitar comprensión del visitante por sus pasajeros disfrutes, nunca bien pagados a su paso.

Es esperanzador conocer como habrá un contrato para el mantenimiento de los monumentos de la ciudad. Ya Moret lo agradece sobre sus rotos bronces, duramente craquelados en volumen por tanto incomodo e interesado traslado, rompiendo perspectivas. Es emocionante comprobar cómo ahora se entiende que muchas inversiones y ordenes de ornatos dependen de pequeñas actuaciones en el presente. Sembrar en esa guapa mirada de la ciudad, hará que las reseñas devuelvan sus más generosas prestaciones, haciendo más ricos estos lugares.

Lo que no podemos obviar es que, como siempre sucede, estos anuncios tienen mucho más de aire coyuntural que de verdad. Se impulsan a finales de periodos electorales, sin posibilidad de implicar su responsabilidad en la ejecución, si no es como coartada de voto. La ciudad se llena de obras y de imprevistas simultaneidades que hacen que el ciudadano y el visitante las encuentre molestas para su deleite. Como difíciles carreras de obstáculos.

El Patrimonio no debe tener naturaleza política y estos programas a final de mandato huelen más a fumarada que a profunda, verdadera y eficaz programación. Cuidaros.

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