José María Esteban
La otra España vaciada
El vaciamiento de los maravillosos pueblos de nuestra piel de toro, obedece a los mismos motivos de todos los éxodos modernos
Las informaciones nos llevan a veces por senderos que nos distraen de muchas verdades. Está de moda hablar de la España vaciada, e inmediatamente las estrategias políticas hincan sus dientes en ver quien puede recaudar más papeletas. Ya nadie recuerda los éxodos rurales a las ... grandes ciudades allá por los años cuarenta, cincuenta e incluso antes con la revolución industrial de finales del XIX, que, supuso el mayor y bestial vaciamiento de los mundos sencillos, para acercar mayor bienestar a las familias sin futuro.
El vaciamiento de los maravillosos pueblos de nuestra piel de toro, obedece a los mismos motivos de todos los éxodos modernos. Sin embargo, hay otro mundo de vaciamiento más subrepticio, con una acechante forma de inocularse, que pocos sospechan. Las invasiones de las olas visitantes, muy necesarias en estos lares, donde se nos ha ordenado que vistamos de blanco y negro, pueden ser pan para hoy y hambre para mañana. Se perderá lo importante: la autenticidad. Una taimada forma de llamarlo industria turística, cuando sabemos que solo son servicios con una naturaleza inestable y precaria. Miren como ha influido en doble sentido en esta época de contagios y de inquietudes de relación y disfrute occidental. Díganselo a La Palma lo que supuso el empacho de lava y ceniza y cuánto costará reconstruir el mundo de atractivas sensaciones de paz y tranquilidad.
Los pueblos, poseen una escala de convivencia y autogestión a la que aspiran las grandes ciudades: atractivo dimensional; vivienda independiente del ruido y molestias; relación esencial con la naturaleza; alimentos naturales y de temporada; disfrutar de la libertad de ir donde se crea rápida y serenamente; o poseer el saludo siempre cordial, sencillo y cercano que satisfaga al corazón, con todos al cruzarnos. El pueblo es casco y ensanche a la vez. El urbanismo y la arquitectura lo ha intentado todo, pero la historia debe enseñar.
En las grandes ciudades se va duramente produciendo un vaciado que las va desangrando. Aunque disponen de una gran escala y la posibilidad de satisfacer muchos servicios y necesidades, sus cascos históricos, o sea sus marcas, se van drenando lentamente y se van convirtiendo en esqueletos dejados por sus ciudadanos. Los atractivos turísticos que congregan tanto habitante pasajero en sus calles, transformando su caserío, siempre la utilizaran como transeúnte. Sin sentimiento de pertenencia; sin el discreto cuidado por lo propio, que mañana, si te vi no me acuerdo; la falta de cordura cultural que vamos heredando últimamente, etc. Las viviendas metaforseadas de hoteles, deben tener sus límites, porque las ciudades son fundamentalmente sus ciudadanos. No lo digo en el sentido negativo, rancio y poco moderno, sino porque el auténtico sentido social que hace que la ciudad se mantenga, se cuide, se viva en comunidad y se nutra son sus elementos vivos y duraderos. Siempre defendí que el mercado es la primera visita que hay que hacer para conocer una ciudad. No solo por el colorido y su olor especial, sino para ver cómo son sus ciudadanos, porque somos lo que cocinamos y comemos. Es el corazón de la ciudad, por encima incluso de la Plaza Mayor, pero ya van transformándose en bares para el turismo.
Por eso creo que la ciudad auténticamente vaciada no solo son los pueblos, sino que van siendo nuestras queridas y antiguas ciudades históricas, que van perdiendo lo más auténtico que tienen desde su origen, que no fueron las piedras, sino sus auténticos habitantes. Cuidaos.
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