José María Esteban

No es más limpio quien más limpia

Esta maravillosa ciudad marina, de calles estrechas, poco soleadas y con un gradiente de humedad superior al de una isla, debiera cuidar mucho más su sexta fachada

José María Esteban

El paseo determina el rumbo, siempre por los mismos lugares, pero al inicio del año conviene hacer propósitos de mejora y limpieza. El centro de esta ciudad, como el de todas las históricas, es muy diferente a sus ensanches, que aquí lo llamamos Puerta de ... Tierra. Una oportunidad perdida de salir decentemente de una almendra apretada y relativamente higiénica. Está rodeada de edificios y calles apretadas, enjutas, rociadas, limitadas por fachadas y paredes de oculta piedra ostionera. El ensanche: una arena lineal interminable, de mirada al infinito, murada de rascacielos impersonales de difícil encuentro, sin apenas identidad y estética.

El casco que paseamos es como una Finlandia de lagunitas y aguas residuales interminable. Cádiz es la ciudad de los perros. Es una de sus características al estar habitada por personas de edad avanzada, cuyo cariñoso y seguro acompañamiento se elige, frente a la soledad de familiares. También lo es de los niños, como feliz juguete de aprendizaje. Ambas intenciones necesarias y respetables. Es el carácter generoso de querer compartir nuestras vidas con alguien que se alegra siempre al vernos. Pero los límites nunca se pueden poner en la libertad de lo público. A ciertas horas de la mañana y de la tarde, un transeunteo de personas atadas a hilos de ida y vuelta, intentan controlar vaciamientos, imposibles de contener en la propia vivienda.

Las normativas obligaron primero a recoger los restos digeridos. Transitar se hacía un laberinto saltavallas donde era difícil dar con un adoquín limpio. La cultura se fue imponiendo y desde hace más de 20 años, ya casi todos cumplen. Hoy las normas no solo te obligan a recogerlos en bolsas y dejarlas en las papeleras, que ya no son para cualquier residuo. También el contenido interno acuoso debe ser disipado con líquido jabonoso, que impida parte del olor y parte del color. Por ahora, no se obliga a llevar fregona.

Los paseos siguen siendo un sortear de humedades, que hace complejo el caminar y a veces muy necesario ir pendiente de las texturas del suelo, que no las del cielo. Creo que la cultura de tener animales domésticos y sus cuidados, va entendiéndose como una responsabilidad, más que como una diversión. Pero son tantos, en mi opinión, los galgos no debieran ser perros de ciudad.

La urbe debe mostrarse a propios y visitantes como una ciudad limpia. Esta maravillosa ciudad marina, como otras de nuestro entorno, de calles estrechas, poco soleadas y con un gradiente de humedad superior al de una isla, debiera cuidar mucho más su sexta fachada. Me preocupa que las obligaciones de rociar liquido sobre liquido solo consiga extender el laguito, sin que se produzca un efecto limpiador. Todo lo contrario, creo que se extiende la contaminación. El color del viejo granito, no solo es oscurecido por las humedades del salino aire. Encontramos que las umbrías calles se convierten en mapas acuáticos, donde convivir con los pipis, se hace cada vez más asiduo.

Creo que habría que crear muchos más sitios específicos para las necesidades de los canes, como los debemos crear para nosotros. Para eso pagan su chip correspondiente y se cobran impuestos. Habría que hacerlos como en Santa Barbara, Asdrúbal o playa de los perros (por ahora), etc. Creando alcorques que se alimenten de esos nutrientes por doquier. Les viene muy bien a los seres vegetales. Ya se sabe: no es más limpio quien más limpia…Salud y cuidaos que esto va bajando, aunque este bicho es más pegajoso que un orín.

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