José María Esteban
Las modernas pérgolas de Cádiz
La historia de las ciudades marítimas es la convivencia con los elementos que las definen y de tan diferente calibre estático: tierra y agua
Los concursos de arquitectura para las ciudades, son un método democrático y objetivo en las apuestas por mejorarlas. El problema de los concursos, es como en otros muchos asuntos de lo público, o se hace cuasi a dedo, como ocurrió en Plaza de Sevilla ... o Entrecatedrales , etc. con encargo directo a un autor de prestigio, o mediante jurado, como han sido otras muchas propuestas urbanas en Cádiz como Puerto América, la mal llamada pérgola del Parque Genovés, el Queco y la Queca, etc. No crean que muchas más.
Cuando se adjudica directamente, no hay nada que decir, simplemente debe cumplir los procedimientos de la ley de Contratos del Sector Público. Cuando hay jurado, pues asumimos lo que el jurado, de decisión fundamentalmente técnica decide, además de cumplir esos requisitos legales. Siendo estos trámites un riesgo en el resultado, donde nunca llueve a gusto del ciudadano que no tiene voto, entremos a buscar porque se proponen concursos de ideas, que luego son autentico combustible urbano.
Para hacer una reforma pública, mejorar una imagen o se tiene verdadero interés por la arquitectura contemporánea, siempre es necesario acotar el objeto del contrato y tener claro lo que se pretende. Cádiz ha sido y será siempre una isla en el mar. Su exquisito y luminoso perímetro ha estado vinculado a la convivencia con el gran azul. Disfrutarlo y estar en el límite donde ocurren cosas siempre diferentes, no solo es una necesidad, es también una forma de entender la ciudad aislada y geográficamente domesticada por la mano que la habita. La historia de las ciudades marítimas es la convivencia con los elementos que las definen y de tan diferente calibre estático: tierra y agua. Su desarrollo nos proyecta y empuja a la comunión respetuosa con el líquido elemento.
Cuando un proyecto permite que las orillas se eleven artificialmente y se conviertan, no en paseos inmediatos, sino en lo que ahora contradictoriamente llaman pérgolas , en algo nos estamos equivocando. En Cádiz, como otras urbes en mares, hacer balcones alejados y altos para verlos, es una grave contradicción con el sentimiento de cercanía con el movimiento de las olas y la reiterante espuma de sus evites. No hay duda, al ciudadano, no le apetece subir a esas barandillas teniendo el propio paseo tan a mano. Quiere estar ahí, justo al lado de ellos, salpicándose y oliendo sus sabrosos aerosoles.
Si a eso unimos la falta de identidad, mantenimiento y sentido de propiedad urbana, no es raro que al final terminen siendo casas de todos y de nadie. Puertas difíciles de cerrar y carne de calores, llamas y humos anónimos. El paseo elevado del Parque Genovés de J.L.Bezos, ya va por el segundo incendio. Es posible que un día los 1,7 millones de euros, como papel impreso, acaben completamente calcinados. En el caso de la bella obra de mi querido amigo Alberto Campo en Entrecatedrales, con débil estructura y nociva cimentación, en un lugar que no es el suyo, en mi opinión, creo que solo quedó claro el prestigio del autor. Otro mirador al mar, donde solo se sube para danzas o pequeños alcances. Hubiera sido mejor haber diseñado un gran toldo tensil superplano, sin invadir los riquísimos restos arqueológicos y dejar visitables el tesoro del Asclepio, las tumbas de notables fenicios, y el uso más ancestral del antiguo borde alto. Eran al fin y al cabo el objeto del diseño.
No debemos invertir en mejoras urbanas para luego dilapidarlas. Fabricamos habitualmente artefactos que nadie adora. Podría hacer una gran lista en esta ciudad, que además es a la que menos sitio le queda. En fin, cuídense que poco resta ya para vacunarse, pero también cuídense de la maldad de los fuegos, que siempre se alimentan de yesca seca.
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