José María Esteban
Juventud divino tesoro
La edad nos va trayendo pellizcos ausentes de ser como fuimos
André Malraux decía: «La juventud es una religión a la que uno siempre acaba convirtiéndose». Es cierto que la juventud es una aspiración corporal y mental de la que nadie quisiera salir. Solo los años, cuando te atreves a decir que solo eres joven de ... pensamiento, te van alejando de la representación y te obligan a dar un pasito atrás. Ser joven, aunque es un sentimiento de continuo crecimiento interior, supone también una inconsciencia y leal desprendimiento, que no se valora cuando desempeñas el papel de mayor.
Siempre se ha dicho, en la clásica cantinela, que cualquier pasado fue mejor. Incluso que los jóvenes de hoy son diferentes, a los que tuvimos sus edades. Yo creo que no hay tanta diferencia, es más, diría que ninguna. La diferencia la establecen los ámbitos sociales donde se desarrolla el teatro de la vida y las circunstancias que nos rodean. Quizás el periodo de juventud existe para adaptarnos a los nuevos cambios. Sean avances tecnológicos, sean nuevos tratos y vías de comunicación, sean los controles que siempre se suceden sobre el peligro de ser libre, apenas cambian la sensación de serlo.
En mi opinión hoy, santo de mi dueña, la juventud mejora en cada tiempo. Se dice que hay que ver qué sociedad van a heredar nuestros hijos. ¿Que qué mundo les estamos dejando? Pero es que los mundos no son propiedad de nadie, ni mucho menos creamos que somos capaces de hacerlos a nuestros criterios y gustos. Ellos, los jóvenes de cada época, serán sus dueños provisionales, forjando sus propios espíritus en función de los hechos aprendidos. Primero de nosotros como tutores, -no confundir con amigos- y después por sus esfuerzos y las compañías con las que se mezclan, en comportamientos que no son tan diferentes de los otrora nuestros.
Nuestros hijos viven, si cabe, mejor que nosotros. Y mira que nosotros vivimos hasta hace muy poco, en la mejor época de paz y bienestar, o posibilidad de consumo, como quiera entenderse. Tuvimos paz, más trabajo, viajamos, nos movimos a sitios cuando y cuanto quisimos. Las relaciones eran cordiales y amplias en todos los sentidos. Pero es que ellos, aunque se hayan ido la mayoría a otros países a desplegar sus proyectos de vida, más los que más se esfuerzan para tener mejores realidades, con los sacrificios consiguientes de lejanía familiar, están en mejores condiciones que nuestros propios inicios laborales. Las guerras hacen mucho daño, pero pasan.
Si nos comparáramos con ellos hoy, con más amplios horizontes sin fronteras, en los que les hemos enseñado a moverse y entender la globalidad simultánea. Nunca podríamos decir que hayan empeorado. Solo ocurre que el concepto de propiedad de los hijos se va perdiendo paulatinamente en estas sociedades de clanes, cosa que no ocurría antes. Es tópico en EE UU o sociedades sajonas, pero en las latinas a las que pertenecemos, va languideciendo adecuadamente. Vamos siendo cada vez más libres para elegir y eso a cambio nos trae las distancias. Habrá que valorarlo positivamente, aunque inercialmente nos gustaría retenerlos más cerca de nosotros.
Tenemos la mejor juventud que se puede esperar y nuestro deseo seria secuestrar esa vivencia que se nos va con la edad. Posiblemente yo estaría más cerca de lo que dijo Benjamín Disraeli: «La juventud un disparate, la madurez una lucha y la vejez un remordimiento» porque algo de ello hay realmente. La edad nos va trayendo pellizcos ausentes de ser como fuimos. El presente es carne de juventud y siempre será su mejor tesoro, y nuestro más querido cofre de recuerdos. Cuidaros.