José María Esteban
Las incertidumbres del futuro
Sobreviviremos a estos ataques, a pesar de sus graves daños. Los que ya disponemos de una perspectiva de vida solo nos preocupa qué mundo dejaremos a nuestros herederos
Caminaba con cierto aire de despiste por las estrechas calles. De iguales, eran ya muy propias. Tonos pasteles suaves y acompasados a los claros de las cales, que fueron solo históricas, higiénicamente hablando. Casi todas ellas con sus ritmos de balcones, ventanas, impostas y cornisas, ... parecían un libro abierto al viento, donde se podía leer la historia de la ciudad. Ciudades que siendo rítmicamente parecidas eran todas diferentes. Oswaldo Spengler aseveraba que: «la ciudad es la obra más prodigiosa de hombre» Entiéndase, por supuesto, también de las mujeres, y no solo por el recién pasado 8M, sino porque gran parte lo han sido por ellas.
Las sensaciones al andar en estos últimos años con acontecimientos tan contradictorios y disonantes a nuestro entendimiento, se han ido superponiendo a sensibilidades en contextos de una eterna paz y tranquilidad. No siendo sostenibles, han ido desbaratando nuestros esquemas sociales. Los temas recurrentes que acuden prestos al saludo inmediato, que deja mascullar la mascarilla, no cesan de aparecer. Este siglo XXI, después de unas buenas cotas de crecimiento y estado de bienestar en los primeros años –evidentemente para la minoría que lo ha tenido–, nunca presumía este deterioro vital y humano.
El paseo se hacía más tenso. En nuestra conciencia acudían los recuerdos de aquella crisis del 2008, con los engaños de dineros virtuales inventados desde Nixon y que hacen de la economía una entelequia. Cuando parecía lograse remontar aquella cuesta de desmanes del negro capital, más tarde de lo esperado, llega otra dura etapa, quizás inventada en los laboratorios, como está siendo la pandemia. Una nueva ola de difícil gestión debido a tanta y disconforme información que hace sucumbir nuestro entendimiento natural y vigente. Una época que difumina mucho los renglones de aquella ciudad reconocida como propia, moviéndolos como si fueran gaviotas urbanas de desagradables alaridos, más que felices cantos de amables golondrinas.
No salimos de ella, aunque se vislumbran auroras de luces más esperanzadoras, cuando a un loco, al que le ha sacudido más fuerte su lastimosa vida, se le ocurre jugar a la guerra, pero en escala real. El anonimato es la peor causa del contenido del ser humano. Si no logramos visualizarnos, parece que no somos nadie y luchamos en esta vida por hacer realidad nuestras fantasías, intentando compartirlas con todos como sea. Este vesánico de San Petersburgo, que solo comparte conmigo la misma edad, es de esos individuos que sueñan despiertos para contagiar unos sopores cuyas consecuencias siguen perteneciendo a oníricas inhumanas. Su fin es ahora hacer daño, cuanto más, más se crece. Aunque sabe muy bien, que tarde o temprano su enana pequeñez histórica quedará clara en los anales, como la de los siniestros bigotitos.
La tercera crisis en menos de quince años nos modela como débil barro. Surgen protuberancias y chamotas difíciles de mezclar y compactar con vanos resultados en una hornada sin control.
La raza humana ha sabido superarlo todo. Sobreviviremos a estos ataques, a pesar de sus graves daños. Los que ya disponemos de una perspectiva de vida solo nos preocupa qué mundo dejaremos a nuestros herederos. No es lo mismo irse en paz, que no ver la paz, si uno se va. Seguro, nos dará tiempo a verla tratando de apartar cuanto antes a estos locos de los caminos. Sean Lehman, Wuhan o Vladimir, nuestra lucha serán vacunarnos contra ellos, y eso significa un nuevo orden. Cuidaos.