José María Esteban
La ilusión del dibujo
En estos meses de pandemia he recobrado de nuevo mi cariño por el dibujo y estoy recuperando mis disfrutes por la expresión gráfica
Recuerdo desde que casi podía aguantar en mi mano un lápiz, mi devoción por el dibujo. Esa inclinación junto que la referencia de mi padre en aquel gran patio de Chiclana pintando grandes cuadros de los clásicos, fue la causa responsable de que mi afición ... se convirtiera en futura profesión.
Habíamos situado al dibujo como una magnifica distracción para los niños. Como si fuera un pasatiempo, para que nos dejaran tranquilos. Conservo casi todos los dibujos de mis hijas en casa. En ellos se puede hacer hasta estudios sicológicos, pero el recuerdo de la delicadeza y candidez de aquellos años plasmadas en los recortes, son ilusiones que apetece mucho revisar y mantener, porque nos recuerdan a ellos.
Los estudios posteriores y los universitarios exigieron en mí un dominio del dibujo que si no hay talento innato, se consigue a base de dominar la técnica. Eso se consigue con mucha dedicación para conseguir que la percepción se traslade cómodamente al papel. No es complicado y debiera ser una asignatura mucho más exigente de lo que es ahora en la enseñanza. Pero no el dibujo técnico, sino el denominado artístico. Es decir el de la realidad y así poder expresarse con mayor propiedad con los demás.
En nuestra profesión de arquitecto , entrar en la carrera suponía un ingreso muy exigente en el dominio de la mano sobre el carbón, la sanguina o las coloristas temperas, acuarelas y aguadas. Era mucho más importante para entrar dominar el dibujo que las matemáticas. Hoy es todo lo contrario, por no decir que hemos perdido esas cualidades y prioridades.
Desde la escuela infantil, ya casi todo se hace a través de una pantallita. Es más, no es raro ver a bebés, de casi menos de un año, entretenidos con un móvil y los padres jactándose del dominio de los deditos de sus niños en la pantalla. En mi opinión, se trata de una pequeña droga que se va inoculando, poco a poco, sin saber sus efectos nocivos. Aunque consigamos que nos dejen en paz durante ratos.
Desde esa enseñanza básica hasta las profesionales, el ordenador es el papel y el lápiz que hace que nuestras líneas se hayan convertido en teclado y nuestros colores en iconos de aerosoles para superficies. Todo evoluciona, pero no es explicable que un mundo, desde que la mano se posó en la piedra de la cueva, o los bisontes se aplanaron en los techos, ahora desde hace unos veinte años, haya cambiado tan de repente. Ya casi nadie sabe dibujar, ni siquiera un mínimo recurso imaginativo, y lo digo también por los colegas. De hecho si no disponemos de un portátil, una tableta, o móvil, no sabríamos dibujar nada.
En estos meses de pandemia he recobrado de nuevo mi cariño por el dibujo y estoy recuperando mis disfrutes por la expresión gráfica. Lo que si me da es la alegría de ver que con las horas surgen las calidades, los contornos y las líneas más difíciles se dejan dominar. Disfruto como un niño volviendo a dibujar.
En este mundo de pandemia, que posiblemente nos lleve en breve a un nuevo confinamiento, no más allá de mediados de septiembre, mi consejo es que hagamos que el dibujo en nosotros sea un reto común. Al menos los que no lo hayan hecho. Recobremos la mano, como decimos en el oficio. Pongámonos a dibujar todos juntos, hijos y padres, sobre mismos objetos y divirtámonos con los resultados. Descubramos nuestras habilidades y hagamos que las inicien y dominen nuestros hijos. Por favor vayamos desechando y dejando en su lugar como elemento auxiliar, la facilidad de una herramienta electrónica que nos ata y consume, y que por fácil nos hará la vida menos feliz. No todo es admisible por culpa de las tecnologías. El dibujo nos hará más soportable la irrealidad en que vivimos.
Salud y a seguir batallando enmascarados, ya contaremos algún día lo que esto fué…
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