José María Esteban
El final del verano
Este verano del 2021, tan diferente al del año pasado y tan diferente a su vez del anterior, ha sido inmejorable
El final del verano, llegó y tu partirás… Así comenzaba ‘Amor de verano’, que el Dúo Dinámico popularizó en 1987. Todos los estribillos de este grupo, ocupan en nuestra memoria un resquicio imborrable. Tal es ‘Resistiré’ que es el himno aglomerante de estas duras añadas ... de pandemia. Nos remiten a dichosos y pasados tiempos, ahora quizás velados por nuevas evocaciones, algo más sensibles y lastimosos por el dichoso virus.
Este verano del 2021, tan diferente al del año pasado y tan diferente a su vez del anterior, ha sido inmejorable. La acogida y buena convocatoria de disfrute ha colmado casi todos los espacios de encuentro, amabilidad y diversión. Comerciantes, ‘fritures’, hosteleros con mi amigo Antonio de María a la cabeza... No deben quejarse, al menos en estos meses.
Todo ha estado hasta la corcha. Está siendo una prueba contundente de hasta donde se pueden esponjar los espacios cívicos. El alma de las ciudades sin ciudadanos que la vivan, visiten y utilicen sosteniblemente, no es nada. Sería una amalgama material muerta sin sentidos que disfrutar. Las ciudades se nutren indispensablemente del palpitar de nuestras sensaciones vitales.
Sin entrar en extremismos o fanatismos, que son dañinas pataditas al aire, debemos sacar consecuencias. Saber hasta qué punto somos capaces de estirar las calles, aceras, pisos, comercios y servicios. Ver hasta qué límites podemos superan las expectativas de su propia dimensión. Ser suficientemente capaces de calcular realmente, si lo que nos está ocurriendo este verano, con el rebote positivo del turismo, básicamente doméstico y nacional, podemos soportarlo de ahora en adelante «to infinity and beyond», que traducido resulta: «Hasta el infinito y más allá», como decía el buenazo de Buzz Lightyear.
Las ordenanzas sobre los equilibrios urbanísticos entre lo residencial y lo turístico, las posibilidades de ampliar los espacios interiores de bares y restaurante proyectándolos en la vía publica, y sobre todo la capacidad para compartir nuestras calles, cuya mayor se dice Ancha, siempre es y será la misma. Habrá que regular.
Mejor dicho, las terrazas que han encontrado la coartada perfecta de la enfermedad como posibilidad de mejor vida, debe pensarse para mantenerse seria y respetuosamente con los ajustes necesarios. Esta tierra siempre es y será de estar afuera y pasear por ella.
Las maravillosas noches y sus cándidos sitios, como los dispuestos después del súper calor, que aquí nunca existe, sino que hay un poco más de humedad, son un agujero negro azulado que atraerá a todo el sistema terráqueo. Debemos prepararnos para el futuro y no morir de éxito.
De la calidad en los servicios, la dimensión máxima de los aforos; y los ajustes precisos, depende nuestro mejor futuro. Para que dure y sea amable, debe tener como todo, sus amables acuerdos de sostenibilidad y mantenimiento.
Conocemos del ilustrado Voltaire el aserto: lo mejor es enemigo de lo bueno, y siempre hay que tender a lo bueno. Lo mejor si se consigue, no será la meta inmediata, será la visión.
Cádiz, como todos los queridos pueblos de nuestra provincia, han demostrado estar preparados para este turismo de masas amplio y generoso. Se han llenado hasta el mismo gollete.
Pero ojo, que estos números, sin pandemias, podrían variar y entonces no habrá ni tantas terrazas, tantos alquileres y mucho menos efecto llamada solo por la singularidad, belleza y buen trato de estas tierras. Hay que prevenir antes de curar, y eso siempre significa algún renuncio en la salud. Como decía la canción de inicio «Yo no sé hasta cuando, este amor recordarás»…
Feliz final de verano y cuidaros, que el 22, aunque será mejor, también vendrá con bichitos y controles.