José María Esteban
El espíritu deportivo
No debe huirse de los sueños, ni de la seducción del ser capaz de hacer lo mejor, pero debemos alejarnos de todo lo que signifique egoísmos fatuos y engaños para superar las alturas
Quien practique deporte, sabe que lo importante no es solo participar, sino admitir cuando pierdes, que se trata de un deporte y asumirlo decentemente. Lo mejor que tiene la actividad física es la superación de uno mismo a través del conocimiento propio, con el ejercicio ... y desarrollo de la mejor salud.
El deporte va siendo valorado para el atleta, más o menos destacado, como si su esfuerzo fuera más producto de lo económico, con la media, la venta de mercancías, o apariciones en bolos, que el propio avance profesional. Se obtienen muchos más beneficios fuera de los tapetes de juego, que en ellos mismos. Por eso la edad del deportista está subvirtiendo la actividad física. En la elite está clarísimo, basado en una cuenta atrás de poner fin a esa actividad, y conseguir un cúmulo patrimonial, como si no continuara la vida a partir de la parada. Es como si no pudiera seguir la persona asistiendo a sus ejercicios laborales y poder convertir parte de ese dinero, en una deuda de devolución a la comunidad que se lo dio y no solo en egoísmo ganancial.
La coartada para pedir precios imposibles por ser un deportista de referencia o casi, y achacarlo a los límites de duración de esas cualidades, deberían ajustarse honradamente. Las diferencias son abismales. O es que no se puede seguir trabajando y generar recursos, después de ser delantero, portero o golfista de primera línea, –bueno el golfista la verdad es que no tiene edad–, pero cobra como si no la tuviera.
Creo que está muy bien que quien dedica una vida sacrificada al entreno y a la actividad deportiva exigente ponga listones de ganancias a esa exclusividad y los esfuerzos se compensen. Pero los números y más en estas épocas, hacen que sonriamos ante los enormes resultados de algunos, que suman esa lista de los más ricos más ricos y los más pobres más pobres. Decía Jefferson: «No son la riqueza y el esplendor, sino la tranquilidad y el trabajo, los que proporcionan la felicidad».
En un mundo de tantas desigualdades, las referencias gananciales del deportista debieran situar sus fronteras, más como respeto a las normas que a los resultados económicos. Los niños y jóvenes absorben esas semejanzas con gran facilidad, pero no saben que eso solo es posible para muy pocos. Es pasajero, como lo de ser ricos. No debe huirse de los sueños, ni de la seducción del ser capaz de hacer lo mejor, pero debemos alejarnos de todo lo que signifique egoísmos fatuos y engaños para superar las alturas. Hace poco le ha pasado a un tenista, cuyo orgullo patrio le puede y siendo el número uno, debiera demostrarlo hasta en saber perder. El espíritu deportivo es ese. Nadal es un ejemplo… por ahora.
Es la vida el mejor de los ejercicios deportivos que nos lleva a aprender y aplicar los conocimientos y esfuerzos para el mejor fin: saber vivir. Las reglas del juego son el respeto, justicia, solidaridad y educada manera de compartirla con los jugadores de la mesa existencial. Si no lo fuera, debiera serlo, ya que vivir es el deporte que dura hasta el final de nuestra carrera. No depende tanto de la durabilidad de reflejos o músculos en los momentos punta, sino en la continua lucha por ser mejor consigo mismo y los demás, y eso supone un larga y amplia competición de superación, respeto y satisfacciones.
Sigamos pensando que este camino que se hace, como hemos dicho centenares de veces, complejo y duro, nos llevará a nuevos logros sociales una vez convertida en endemia la lucha por la vida. Sintámonos todos mejores juntos e iguales con los logros compartidos.
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