Opinión
La distopía carnavalesca
No sé si alguien vendrá algún día a desterrar o controlar los castigos perversos de la información y las redes que nos hacen presos en tiempo real
Este miércoles 8 de junio se cumplen 73 años de la publicación de la novela: ‘Nineteen eighty-four’, que traducido resulta ‘1984’. Se trata de la novela que escribió entre 1947 y 1948 George Orwell, analizando conceptos hoy tan consabidos como el ‘gran hermano’ y ... el control por el ojo que todo lo ve.
En este libro de ciencia ficción distópica, Orwell establece la indeseable razón de la sociedad manipulada a través de la información. Junto con la represión política y social, acude entonces a conceptos y paralelismos hoy muy consabidos y de rabiosa actualidad. Decía que todo lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado ¿Les suena a estos tiempos de carnestolendas?
Esta realidad nos inunda e invade ferozmente con el internet y la globalización de las redes sociales. El libro, antes que predicción, se convierte ahora en una dura realidad, que pareciera impensable de prever desde aquellos tiempos. Si el señor Orwell viviera hoy, se moriría por no haber podido patentar esta distopía perversa y hacer suyos los derechos de propiedad intelectual de esta copla. Anunciaba entonces una sociedad muy manipulada, en la que casi se ha convertido actualmente la forma de entender y desenvolverse nuestras vidas.
Cuando el señor Eric Arthur Blair, verdadero nombre de autor del ‘1984’, escribía sobre un mundo en base a los sufrimientos que tanto los fascismos, totalitarismos o los socialismos producían, hoy las coincidencias producen inquietud. Los derechos humanos y la libertad de expresión, aunque tengamos que poner algunas veladuras a las comparaciones para entendernos, son la certera demanda pasajera de las coplas que llenan ahora nuestras calles.
No cabe duda que nos seguimos preguntando en nuestras sociedades, donde nos llevan y donde están nuestras genuinas y libres reflexión y expresión. Los tiempos se han adueñado de nuestros pensamientos y la inmediatez es el resorte para decidir, y si no, lo hará el algoritmo. Ese algoritmo es el gran hermano de Orwell, clavaíto, clavaíto. Tan jartible que no permite, como en la trama del libro, que una pareja o todos, podamos actuar y vivir, sin que estemos continuamente controlados y seguidos en cada momento.
No sé si alguien vendrá algún día a desterrar o controlar los castigos perversos de la información y las redes que nos hacen presos en tiempo real. Nunca mejor dicho lo de red, por ser pescadores de ajenos intereses. El invento del aparatito con botones y pantalla es parte de la clave de lo que sucede. Nos droga más con su adicción que la morfina, y nos sitúa en el espacio y en el tiempo mejor que una estrella del universo. Creo que no se ha inventado hasta ahora nada más insufriblemente imprescindible, que no solo consigue ceder nuestra intimidad y espacio vital, sino que además pagamos por desvestir nuestros entresijos y hacerlos participes con nuestros peores teatros
No será imposible retrotraer la situación en breve tiempo. Se acabará el dinero de papel; se terminará pedir por palabra, lo será con letras virtuales; seremos hologramas de nuestros movimientos para viajar sin movernos; y posiblemente pasaran dos o tres generaciones para que otro escrito prediga, como hizo Orwell, una sociedad inquietantemente diferente. Esperemos que más justa.
En el Carnaval, que es una especie de distopía de lo mejor, se dicen verdades como puños, que saltan cantadas de los libretos al aire de todos, como profecías de lo imposible. Cuidaros todos, no solo de lo que queda de virus, sino de lo que está por venir del Gran Hermano.
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