José María Esteban
La difícil transición
En Cuba la cosa está mucho peor, pero es que no les llega para comer, ni mucho menos, lamentablemente, para medicinas.
Los calmos y claros amaneceres y aquellos rojos violáceos atardeceres siempre recordaron la ciudad matriz. Hasta las emergidas piedras repletas de corales tiene la misma prestancia y texturas que la ostionera de la gran la isla atlántica. Los aromas singulares oliendo a mezcla de óleos ... de fruta frita y a cacerolas de ida y vuelta con sabores compartidos. Casi todo te recuerda a Cádiz y su Bahía, y casi todo es parte de lo mismo. Lo mejor de allí: sus gentes. Personas más tostadas, pero con los mismos, cariñosos, asombrados y siempre esperanzados ojos del que ve llegar a alguien del otro lugar. Quizás porque salir de allí sigue siendo una imposible y aislada aventura.
Cuando allí llego, las sensaciones de percibirme como perteneciente a esos mundos me invade con la fuerza potente de un apretado y abierto corazón. Sea en la almendra histórica, como en la antigua o en las ampliaciones acuarteladas y aglomeradas sobre los grandes ejes de a la ciudad, las imágenes y comunes acuerdos personales se colocan apretados en la memoria. Los largos paseos que huelen a mar y dulces calientes; la cálida y sosegada estancia por sus calles y plazas, son un halo griego de nuevo olor a tabaco que se confunde en el devenir de los tiempos. Las tiernas y húmedas noches, de embriagante y envolvente música directa, con gusto a ron, carne y cuerda, que te hacen menear hasta el acento. Todo parece igual, pero más vívido y colorista. En parte diferente y en parte parecido.
He ido a Cuba varias veces. A muchos sitios y los más, he estado en esa joya del caribe que es su capital: la dulce y querida Habana. Una de las ciudades más selectas y hermosas del mundo. Ahora sin maquillaje y un poco dejada por el tiempo que le toca vivir. Una ciudad que, con los inteligentes esfuerzos de nuestro querido y añorado Eusebio Leal, empezó a vestirse de gala y a transformarse como preciosa herencia, en objeto de disfrute para el uso de propios y viajantes. La Habana, si no la conocen, es un destino infinito que nunca debe perder el alma de quien quiere gozar la verdad de un viaje.
Dejo hermanos cada vez que voy. La estima y el respeto hace muy buenas amistades. Cuando vienen por aquí son los amados reyes sostenidos, a los que se les da con cariño y sin nada a cambio, hasta el hígado. El asunto de la política tiene confusos momentos para la conversación. Quizás quien no conoció sino solo aquella estirpe y el modo de vida entre insatisfecho y mínimo, no sabe que otros mundos son posibles y no ven la manera de cambiar. También te dicen, con desparpajo y simpatía, para que roben varios, mejor que robe uno solo…
Creo que hay nuevos síntomas de cambio. Al menos, expresiones que ya no soportan la desidia y el cloroformo en un solo sentido. Ya con el otro hermano vinieron superaciones de lo público con lo privado y nuevas formas de situarse en los económico y social. Quizás ha llegado ya el momento que la gran máquina de poder y presión del norte, suelte las trenzas encadenadas de los ahogos y solicite a cambio esa apertura democrática que haga posible una vida mejor para nuestros amigos. Europa sigue sin entender lo que pasa en América. Claro está que las contundentes cabezonerías de los hombres, matan cualquier acercamiento y desbaratan los caminos de encuentros y libertades.
Yo les deseo lo mejor y pronto. Ellos no son distintos a nadie, son el mismo mundo y las mismas sociedades. Son muchos años de luchar por un ideal que, ya obsoleto, debe caminar ahora por el mejor futuro de muchos, y no solo de los leales que nunca van a morder la mano de quien les da de comer. Salud y sigan cuidándose allí y aquí, En Cuba la cosa está mucho peor, pero es que no les llega para comer, ni mucho menos, lamentablemente, para medicinas.