José María Esteban
Un difícil equilibrio
Los costos y los ajustes deben estar para hacer viables las empresas, por supuesto, pero constatamos, como la mayoría de los capitales, siguen ganando más en estas épocas y los aprietos los sufren siempre los productores
Decía el lejano y a la vez tan cercano Carlos Marx: «El equilibrio para el proletariado (que hoy podemos traducir como el trabajador por cuenta ajena), debería estar en la igualdad de las clases sociales». Pensaba que el capitalismo se autodestruiría a medida que explotara ... a los trabajadores, ya que éstos irían adquiriendo los mismos beneficios y derechos que el resto de la sociedad. Esta teoría dictada en su libro ‘El Capital’ en 1867, es decir hace ya 154 años, podría releerse en lo concerniente a las teorías económicas actuales. En asuntos económicos, la sociedad se ha desarrollado mucho. Hoy el contexto no es igual al de entonces, ni en los procesos ni en las empresas. Sin embargo, la reflexión por la que entendía el treviriano que había que poner límites a la capacidad de acaparar riquezas unos pocos, en eso, no ha cambiado nada en este siglo y medio.
Las luchas lícitas de los trabajadores para conseguir lo que les pertenece, no tiene dudas. Comprobamos con cada crisis, la reciente del 2008 o esta larga era de la pandemia, cómo los productos se venden más caros y llega puntualmente una elevación de precios de todos los suministros y bienes de consumo. Estas alzas deberían atemperarse en momentos duros, pero sobre todo debería atenderse en consecuencia y más equitativamente a la equiparación de los sueldos.
Es obvio que situaciones difíciles con estos parones hace complicado asumir todo el riesgo empresarial por las empresas. Pero también hay que convenir que los trabajadores, no solo no son los culpables de las crisis, sino que son los que menos colchón tienen para admitir la recuperación en los complejos vaivenes sociales y económicos. Los costos y los ajustes deben estar para hacer viables las empresas, por supuesto, pero constatamos, como la mayoría de los capitales, siguen ganando más en estas épocas y los aprietos los sufren siempre los productores.
Las huelgas, sirenas, gritos y otros asuntos, a veces con mucho humo, fueron las asas a las que asirnos para evitar que ocurriera siempre lo mismo en la economía. Lo que está pasando con el metal, lo agropecuario, la pesca, el agua, la electricidad o con todo lo que es necesario para el empleo y vivir, nos da la razón y se la da al sr. Marx. A veces solamente se discute por la preceptiva y mínima subida del IPC. Los daños debieran ser compartidos entre todos, con mejor sentido de la justicia y consenso para empleados, empresas y ser soportados a largo plazo.
Nadie está de acuerdo con la violencia y nada que ocurra la puede justificar. Pagan justos por pecadores y donde no haya ambiente pacífico, el dinero no vendrá. Midamos los efectos contrarios al pedir los derechos, con formas más adecuadas a los deberes en los momentos actuales. Pero cuando aprietan las penurias, quien tiene para aguantar, aguanta, pero el que no tiene, se ahoga y salta. Antes de llegar a eso, debiéramos repasar la utópica sensatez en la que anduvieron pensando tanto el Sr. Rousseau con ‘El Contrato Social’, como el Sr. Marx en ‘El Capital’, incluso, con cierto control, en ‘La riqueza de las Naciones’ el Sr. Smith. El problema radica en que somos mujeres y hombres los que traducimos cada renglón de las teorías y las prácticas. Sabemos que poderoso caballero es don dinero, como dijo D. Francisco Gómez, pero hay que distribuir justamente cargas y beneficios. Cuidémonos de una pandemia interminable y no la compliquemos más no llegando a acuerdos de difíciles equilibrios, pero nunca imposibles.