José María Esteban
Cuando se abran las puertas
La apertura de los horarios y la unión de los conjuntos de vida, se volverán a medir, pero mucho más ampliamente y sin coincidencias regionales
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En el aire cabían las dos dimensiones: la alegría sin contención recuperando lo perdido y la agitación de su incertidumbre, diferente en todos los territorios. Las vacunas conseguían suavizar la inquietud de la contradicción en las informaciones y frenar las inercias de letargos y confinamientos. ... Todos nos mirábamos con la ilusión de reconocernos de nuevo libres y dichosos. Ha sido un tiempo tan largo, que se llenó de rutinas embozadas, convirtiendo casi en cultura la triste relación y el preventivo cuidado.
Nos habíamos acostumbrados a calles desiertas, poco concurridas y sitios donde la espera era siempre ordenada. Los nuevos números y el final del estado de alarma nos ha pillado por sorpresa. Cuanto de verdad hay en aquello de que los usos y las costumbres se convierten en leyes. Lo que el tiempo ha llamado derecho consuetudinario, que palabro. Un hecho en sí que cambiara nuestras vidas, al menos en muchos aspectos de cicatrices y nuevas relaciones. Ahora todo puede ser un desborde.
La apertura de los horarios y la unión de los conjuntos de vida, se volverán a medir, pero mucho más ampliamente y sin coincidencias regionales. Las conversaciones seguirán recordando los meses pasados reiterando los relatos. Todo estará matizado. La seguridad de que el bichito aletargado en nuestras venas esté haciendo su labor y nos mantenga lejos de la explosión vírica, nos ayudará. Nuevas impresiones vendrán, en una era postpandemia muy extraña. Los movimientos artísticos se han mostrado claros una vez que han sucedido. El tiempo y la historia han sabido percibirlos y contarlos a toro pasado. Las transiciones, que son lo auténticamente interesante y veraz, como ya hemos dicho, son espacios de creación y vivencias difíciles de prever en citas históricas.
La época de paso entre la dura enfermedad y su sanación, ocupará bastante tiempo. Somos amigos de la desobediencia y tendemos a la liberación sobreinterpretada. El género humano es maleable, sujeto a su supervivencia con muchos juegos de equivocaciones y aciertos. No alcanzaremos a saber qué está pasando hasta que caigan muchos calendarios. Quedan cosas por explicar y por conocer en su verdadera dimensión. Estamos en tránsito.
Deberíamos tomar el cese del estado de alarma con mucha cautela. La necesidad de endorfinas poblando nuestras células nos amortigua el miedo. Vivir conlleva muchos riesgos y muchas alegrías y solo existe mientras tú mismo lo cuentas. Debe protegerse como el auténtico tesoro dado. Las colas en hoteles y chiringuitos serán nunca vistas. Las reservas se acumularán como nadie antes las vivió. Sugiero una clara reserva en la transición, para que nuestras vidas y los cuerpos que las soportan, transiten un periodo de transformación hacia la normalidad, que nunca será igual.
Salgamos, ya que la vitamina solar ha quedado muy mermada. Gocemos de los encuentros, la relación presencial es fundamental en el desarrollo personal. Entreguémonos a abrazos con menos besos y más intensidad en las palabras conversadas. Pero por favor, no pensemos que la ilusión de un estado caducado cambiará el peligro, manifiestamente mortífero y dañino más allá de las negaciones y los medios disponibles.
Cuando se abran las puertas, disfrutemos con las campanas que deben tocar a suave alegría y no a arrebato que nos merme y limite de nuevo. Hasta la viruela para erradicarse necesitó 176 años. Declarar el estado mundial sin coronavirus, ocupará muchos años, Hasta que no se vaya el último brote y/o extraña nueva cepa del confín del mundo, no debemos estar tranquilos. Convivirá mucho tiempo con nosotros.
Será duro, pero es lo que hay. Salud y dentro de la alegría, salgamos con nuestra racionalidad más atemperada.