José María Esteban

¿Cómo será la ciudad poscovid?

Debe buscar escalas proporcionales de accesos, tránsito y paseos

José María Esteban

Bajo este singular título se esconde una pregunta, no solo de sectores vinculados a la arquitectura o el urbanismo, que se inquietan en saber cómo cambiaran nuestras ciudades después que la pandemia pase. Utilizamos ‘pos’ y no ‘post’ ya que no afecta a una palabra ... que empieza con ‘s’. Igual que preocupa cómo serán los EE UU cuando venga la edad postrump.

En mi opinión, habría que aclarar primero si la ciudad es un conjunto de arquitecturas agregadas más o menos especiales, o si es un producto más autónomo e independiente de sus cubículos habitacionales, laborales, lúdicos o de relación social. Yo entiendo que la ciudad, que es y nos hemos referido varias veces a ello, la más grandiosa creación del hombre que dijo Spengler, es un complejo mundo de relaciones, dimensiones y escalas, que hacen posible la vida útil y feliz de los habitantes, que no dejan ser principalmente los humanos. No crean, a veces se olvida.

Las ciudades que hemos generado en estos últimos siglos, si en algo han pecado, es en su incapacidad de controlar sus límites de crecimiento. No solo por la acumulación de población y hormigón, sino porque el vehículo principalmente privado, nos ha convertido una ciudad amable y con dimensiones bien proporcionadas como los cascos históricos, en una mancha difusa amplia y llena de contenedores indiferenciados en ensanches idénticos, miméticos e interminables. Sea el lugar que fuere.

La ciudad si algo tiene que ofrecer a sus pobladores es como todas las reglas de juegos: la mayor felicidad en sus usuarios en el respeto a la colectividad que lo comparte. Eso simplemente no solo se consigue con calles, plazas, parque, playas quien las tenga como nosotros, monumentos, espacios de relación cómoda y estéticamente muy cuidados, sino de los conjuntos de células habitacionales, donde después de la relación con el común, uno busca la intimidad feliz en su propia casa. Esa relación entre lo común y lo íntimo, es la base de un buen concepto de ciudad.

Si algo debe cambiar la ciudad y sus viviendas después de esta ‘jartible’ época del coronavirus va a ser fundamentalmente en arreglar los problemas arrastrados desde hace tiempo. Volver a reencontrar una ciudad calmada como está siendo en estos confinamientos, mucho más asequibles a la escala y las dimensiones de desplazamientos del habitante propio y visitante deben ser los objetivos inmediatos de políticos y planificadores. Los espacios que el coche o la mala política nos robaron habrá que rescatarlos. Ya se hace, pero no es solo cuestión de mandatos sino de conducta cívica, que también debe ir cambiando con una buena carga educacional y cultural.

Con relación a las viviendas, habrá que diseñarlas más flexibles; más acondicionadas en la sostenibilidad; más cuidadas en el cobijo sin interferencias funcionales de los colindantes; más adecuadas a los usos laborales que ya han venido para convivir con las otras funciones del hábitat propio y con la posibilidad de que sus habitantes, si es vivienda colectiva, se relacionen con mejor naturalidad también. Por supuesto deben permitir cambios en el núcleo habitacional que se adapten muy rápidamente a las necesidades cambiantes de las épocas y sus propietarios, también cambiantes. No es admisible que un objeto que vale uno de costo, se venda por diez o quince y no te permita adaptarse con mayor generosidad a sus mudables vivencias o requerimientos familiares. Es la gran inversión de la vida, al menos en este país, no en otros que es el alquiler fundamentalmente. Cádiz es muy complicada de vivir en sus viviendas antiguas y modernas y la normativa no facilita cambios prudentes y más adaptados al siglo XXI. Ahí tenemos un gran reto y no solo los diseñadores del mundo.

La ciudad poscovid, debe ser mucho más auténtica. Debe buscar escalas proporcionales de accesos, tránsito y paseos. Espacios de convivencia muchísimo más adaptados a la escala de relación de los humanos y con procesos de revisión y actualización ágiles y vinculados a la auténtica y cierta participación ciudadana. No vale ya planificar desde los despachos municipales, ya que los que van a usar el suelo no están allí opinando. Las fases de exposición pública para las alegaciones de los planes son, hoy por hoy, una mentira jurídica creada a posteriori en las tramitaciones, a las que no se hace nunca caso. Y lo peor fue que los arquitectos hicimos rabona, o pella como prefieran, en la asignatura que da capacidad de escucha en las exigencia de los tiempos y sus colectividades. Casi solo asistimos a las clases en la que nos enseñaron el uso de un buen lápiz. Salud y remontemos las olas que vengan con respeto, generosidad social y mental y mucha paciencia.

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