José María Esteban
Ciudades como pueblos
Recuerdo que donde nací, era costumbre sin esfuerzo, saludar a toda persona que se cruzaba a nuestro paso
Recuerdo que donde nací, era costumbre sin esfuerzo, saludar a toda persona que se cruzaba a nuestro paso. Incluso a los que no conocíamos. Ese hábito que se pierde en cuanto uno vive la escala de una ciudad más grande, entre la vergüenza de ... saludar y la habitual falta de contestación a tus saludos. Ni tanto ni tan poco.
La sana costumbre de sentirse ciudadano es compartir el buen trato y la amabilidad de relación, sin que por ello tengamos que ir abrazando a todo el mundo, como si fueran tiempos rocieros. Es llana y simplemente saludar con cortesía, sin aspavientos, ni falsas simulaciones. Solo eso, sencillamente saludar a tu ser común.
En esta era c oronavirus o era Covid-19 , como quedará para la historia, si algo hemos retomado es el conocimiento con los vecinos y medianeros en el encierro obligado. Aplaudir juntos une mucho, En el futbol por ejemplo, es lo que hace que exista con tu colindante, sentido de agregación, compartiendo sanas alegrías, incluso uuuys interminables, o disgustillos por yerros. Esta era está sirviendo para saber quiénes viven enfrente, quienes al lado, y quienes arriba y abajo. Sí, porque una cosa es cruzarse en el ascensor sin apenas mirarse, y otras saludar y comentar temas de esta áspera y dura época, con la sensación de compartir un momento difícil, que nos obliga a permanecer en casa, aunque sin duda sea pasajero. A pesar que se digan las misma cosas. Es la naturaleza humana que fluye grata y suavemente desde dentro de la tierna alma ciudadana, y que debiera ser siempre, no solo obligado. Europa demuestra que no piensa así
Pasaran estos raros y excepcionales tiempos y «pisaremos las calles nuevamente» que diría Pablo Milanés, aunque no de un Santiago ensangrentado, sino de una limpísima Ciudad, desinfectada hasta en sus rincones más inhóspitos y ávida de recibirnos con los adoquines abiertos. Entonces deberíamos ir con la lección bien aprendida. Hemos estado sitiados como en propios pero unidos castillos feudales, frente a un asedio de alguien invisible, que nos ha convertido a todos en iguales. Mucho más de lo que nacemos, y mismos seres inválidos e infectables. Débiles seres racionales. ¿Para qué tanta razón, si no podemos solos defendernos sin un ejército único amenazado, que esta fuera de las murallas de la casa? Luchando lo indecible por la integridad de cada casillo, y el rescate del libre adoquinado y espacio común. Y el mundo no lo siente así.
No podemos perder la oportunidad de volver distintos que antes. El reto ha sido como para que pensemos que lo que nos ha pasado no ha valido la pena sufrirlo, superarlo y estar preparados como un solo bastión para la siguiente contienda. El esfuerzo de ponernos en los mismos sitios sociales y económicos va a costar mucho. La posguerra será dura . Las heridas del bicho y sus cicatrices serán amplias y duraderas. No dejemos que de nuevo las miserias y los egoísmos insolentes y populistas nos lleven a tomar decisiones tardías y poco justas. Como si de una guerra sin sangre se tratase, la generosidad de todos con todos después, la unión sin fronteras, la mejor conciencia, ética y tolerante deben ser las armas, porque el bicho nos lo ha confirmado.
Debemos regresar a la realidad de la libertad , y seguir, pero mucho más unidos, en lo que la canción decía tan magistralmente y que discretamente acotamos: «… Un niño jugará en una alameda y cantará con sus amigos nuevos, y ese canto será el canto del pueblo…». Porque un solo suelo, es sentir como un solo pueblo.
Ver comentarios