José María Esteban

La ciudad desierta

El incipiente amanecer apenas permitía vislumbrar entre la mínima bruma, los límites de las casas y sus torres

Eran cerca de las cinco de la mañana. El incipiente amanecer apenas permitía vislumbrar entre la mínima bruma, los límites de las casas y sus torres. Amables carpinterías plegadas muy semejantes y serias nos acompañaban. Parecían hechas a la vez en aquellas calles, entonces extrañamente ... muy limpias, pero sin nadie. Los colores verde agua de mil tonos, y sus lamas acentuaban el ritmo de los caminos. Los techos encañados de telares para procurar las obligadas sombras desde lo alto, sin vientos, acechaban sin temor mis pasos, entre sigilosos y aventureros.

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