José María Esteban
Las carnestolendas
Cádiz y muchas ciudades de su Bahía y del mundo natural mueren por recobrar los tiempos perdidos
El pasado miércoles fue el Miércoles de Ceniza. Según la costumbre y los usos heredados las Carnestolendas eran tres días antes de lo que supone este recién cumplido cuarto día de la semana litúrgica. Conviene hacer alguna reflexión sobre cómo cambian las costumbres y como ... esta época de pandemia se recobra la normalidad, se disipan los miedos y los respetos al paso de los hechos.
Cádiz y muchas ciudades de su Bahía y del mundo natural mueren por recobrar los tiempos perdidos. Nos hemos encontrado estos días y nos seguiremos encontrando con muchas personas, que ya se comportan como si el bicho hubiera caído al suelo. Apretujándose cariñosa y atentamente en aglomeraciones sin una mínima precaución. Sin la menor conciencia de que sigue estando el virus. Al bicho le gusta eso, lo apretado en el gentío carnavalesco para sentirse protagonista insano y comunicativo. Arrejuntados en íntimos y atentos coros, sin mascarillas, alrededor de las mágicas ilegales y compartiendo con amigos y conocidos el deseo de relacionarse, favoreceremos el contagio.
Es lo que en su momento significaban las Carnestolendas, que como sabéis viene del latín: carne y quitar, o también: adiós carne. Eran los días donde el personal abarraganado se preparaba para un comer y beber apetitoso y nutritivo sin límites, en breve prohibido o difícil de adquirir. Carnaval, es el mismo término pero en italiano. Su origen es previo al cristianismo con la Saturnales, las Lupercales y ceremonias dedicadas al dios Baco, donde el vino y las viandas corrían copiosas. Este ultima acepción de las bacanales me parece que puede ser la más aproximada a la significación por transición religiosa, a este periodo de antruejo, que traducido resulta: carnavales.
La religión cristiana, como muchos de los ritos romanos, la hace suya en un preludio donde se conmemora la pasión de Cristo y por lo tanto hay que preparar al cuerpo y mente para un periodo de autocontrol, reflexión y encuentro con lo sagrado. Cada uno lo interioriza y hace suyo según su fe y cuidado mental. Vemos que los orígenes de las fiestas y sus controles son de toda la vida. Pasando a nuestro periodo de pandemia, se comprueba claramente lo difícil de la vigilancia y lo que hay que hacer para evitar el contagio. No podrá un cuerpo soportar que después de tantos años vividos, el carnaval no se adueñe de nuevo de las entrañas más festeras, con más ímpetu si cabe, para demostrar que la libertad nos invade y saca de nosotros la represión, casi como si un tirano soviético retirara sus tanques de nuestro propio suelo.
Nuestras carnestolendas, como sabemos se nos extienden mucho más allá de lo tiempos paganos o cristianos, y solemos tener domingo de jartibles. O nunca terminamos de estar en ese modo, como le pasa a esta ciudad. Lo lógico es pensar que todo hay que hacerlo, por ejemplo, como el ritmo acompasado que un pasodoble, que hace que la copla sea copla y no otra cosa. El compás de vida necesita también de su tres por cuatro, que haga surgir en nosotros una necesidad de introducción, tono principal y trío, con ritmo, cadencia y final, cuando todavía no estamos en un completo y sano periodo.
La libertad se enfrenta a lo contrario de un periodo de control y la nueva primavera hará que nuestros pueblos se expresen en esa forma fraternal con el compromiso del disfrute conjunto. Una enorme contradicción con lo que ha supuesto, supone e incluso podría suponer un ciclo de pandemia, que está por ver que se vaya algún día. Cuidaros.