El calor del cambio climático
Cuando el verano llega, nos desprendemos de los hábitos accidentales que suponen nuestras ropas
Cada estación nos sacude con alguna sorpresa. Las noticias las sitúan en catástrofes nunca vistas. Los pasado días de mediados de junio, hemos sido sacudidos por un flujo africano que nos ha traído el desierto a la puerta del sur de Europa. Supongo que todo ... tiene que ver, por supuesto, pero estamos tan cerca de África, que no es raro que esto ocurra. Es solo sentido común de proximidad.
El verano comenzó ayer 21. En estas tierras se convierte en duro actor, sin pasar previamente por las agradables temperaturas que suele traer la primaveral etapa floreciente y festera de los ritos de occidente. La primavera es la estación que da vida y es donde casi todos los animales se regocijan en la nueva crianza familiar, porque llegan tiempos de buenos alimentos. Para el raro ser racional que es el humano, la crianza nunca ha coincidido con una estación específica. Nuestros desarrollos se han ido dirigiendo a otras prioridades, que no son las de situar temporalmente el congreso para la progenie y mantenimiento de la especie.
Cuando el verano llega, nos desprendemos de los hábitos accidentales que suponen nuestras ropas. Los otros animales suelen desprenderse de su indumentaria perenne de pelajes, pieles y plumas, que hace posible aclimatarse a las temperaturas de forma cíclica. Ellos son dirigidos por un reloj natural que los obliga a cambiar de vestidos sin que lo pueden impedir, y eso los convierte en mejores supervivientes del mundo.
Los humanos, somos más dados a convertir la muda en moda y hacer que cada temporada nos vistamos de una forma, cuanto menos estrafalaria o circunstancial por mor de las influencias mundiales. Proceder al recurrente rito de la compra y desecho de lo antiguo es el auténtico cambio de estación. También lo vintage, recobrando anteriores colores y diseños, es una forma de entender nuestro mundo, siempre errático, coyuntural y normalmente influenciable por lo que dirán de nosotros, o lo que yo quiero representar para los demás. La época de la globalización, llena de prisas y falta de reconocimiento propio, influye para no ser conscientes de lo que pasa, y pararnos a pensar un poco más en todo esto.
El cambio climático está cada vez más presente. Los que tenemos una edad avanzada, y quizás nos quede una veintena para entender los nuevos ciclos, veremos cómo estos serán la forma de entender el inexorable cambio de estaciones. Los altibajos e inflexiones serán naturales con el avance del tiempo. El cambio climático anuncia olas de calor y lluvias torrenciales cada vez más asiduas y pautadas. Los seres racionales, culpables en parte de estas causas y avatares, debemos inevitablemente poner mucho más de nuestra parte. Evitar lo imparable, para que los mares lleguen a nuestras terrazas y sus olas nos hagan respetar, por ejemplo, las zonas de protección del mayor ente vivo amigo de la tierra, como es la gran agua.
El cambio climático debe traer un verdadero cambio de mentalidad cultural, para que nos demos cuenta que seguimos en este globito de prestado. Si no respetamos el lugar y el sitio, y no nos adaptamos mejor a su diversa continuidad, nos tendremos que ir extinguiendo poco a poco. Pasó en otras ocasiones, por la caída de un meteorito, glaciaciones, mortíferas eras o por los calores, como el reciente pasado, que nos anuncian que debemos quitarnos hasta la piel para sobrevivir. Cuidemos nuestro hábitat y cuidémonos también de sus sacudidas en forma de pandemias, huracanes u olas de calor, que es lo mismo que decir: de sus naturales autodefensas.